sábado, 4 de agosto de 2007

"El Cuchillo"

No pudo evitar sentir un doloroso y, a la vez, placentero escalofrío cuando el cuchillo, que sostenía en su mano derecha, se introdujo sin compasión en el interior de un jugoso solomillo que reposaba sobre el plato, y que minutos antes había depositado sobre la mesa un atento y solícito camarero.

Acudieron a su mente, como convocados por un invisible y desobediente impulso, aquellos espesos y turbadores recuerdos que tiempo atrás había decidido encerrar en el desván del olvido y la desmemoria… ante una visión como aquélla, ¿le sucedería a él lo mismo?, ¿su mente se inundaría, sin pudor ni recato, con aquellos momentos tan intensos como peligrosos, tan excitantes como atormentadores?

Se había jurado a sí misma que, a partir de aquella nefasta y aciaga noche, no permitiría que su imagen ocupase tan sólo una migaja de su tiempo; pero hoy, después de casi un año, faltaba a su promesa con una inusitada resignación y, casi inconfesable, regocijo…

Y aquella noche acudió presta y obediente a su silenciosa llamada: allí estaban los dos, desnudos, sobre un desnudo y pétreo suelo; él apoyaba firme, con su mano derecha, un afilado cuchillo sobre su frágil y tenso cuello, mientras, con su mano izquierda, guiaba su ciego y erecto miembro que buscaba desesperado y ansioso la entrada que daba paso a su interior. El terror era tan efectivo como las más gruesas de las cadenas, ella permanecía inmóvil ante las desesperadas intentonas de él por penetrarla. Sus ojos se resistieron a permanecer cerrados por más tiempo e izaron los párpados para toparse de frente y dar forma a aquella figura que la estaba intimidando e intentado violar contra su voluntad.

La visión fue un impacto sexual, como inquietante su atractivo, y no pudo evitar sobresaltarse; él interpretó este movimiento como un intento de evasión por parte de ella y, en un acto reflejo e involuntario, hundió el cuchillo en su cuello… la sangre comenzó a brotar libre y sin reparos.

Una mezcla de lacerante dolor e insultante placer manó de aquella herida y se extendió con una rapidez desconcertante por todo su cuerpo, ya no estaba segura de no querer resistirse, ya no estaba segura de nada, ni tan siquiera de sí misma ni de aquella carcasa, llamada cuerpo; que respondía sin su autorización y de una forma totalmente equívoca a esa agresión. Él pudo oler su excitación y hábilmente, lejos de aflojar la presión sobre su cuello, se empleó a fondo con calculada temeridad. Y cuanto menos temeroso era él, más disfrutaba ella; cuantos lugares de su cuerpo recorría aquel arma, más intensos eran sus orgasmos.

Una lejana voz la arrebató y la trajo consigo a la realidad de aquel caliente y jugoso solomillo, era el camarero que le preguntaba si deseaba más vino. Con un no por respuesta extrajo de su bolso un pequeño espejo, y lo dirigió hacia su cuello para comprobar que el pañuelo que lo rodeaba impedía con precisión que aquella profunda y extensa cicatriz asomase al exterior.

Podría ocultar lo que por siempre sería eterno vestigio y recuerdo palpable de aquel encuentro, pero jamás podría enterrar la verdad y su sabor agridulce.

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