sábado, 12 de enero de 2008

"El entierro"

-Llego tarde, ¡seguro que llego tarde a la cena, joder! Y todo por culpa de aquel lerdo imprudente, me cago en la p… a punto he estado de matarme.

No cesaba de proferir improperios y maldiciones, al tiempo que su pie derecho pisaba el acelerador con rabia, como si de la cabeza del susodicho se tratase. Ese día, esa misma noche, cenaba con los padres de Nuria, sus futuros suegros; y tan importante como la cena era la sorpresa que tenía para ella. Aprovecharía la ocasión para pedirle que se casara con él. Instintivamente echó mano al bolsillo de su chaqueta, para cerciorarse, y… sí, allí estaba la cajita que ocultaba un exquisito anillo de pedida.

Nervioso desvió la mirada hacia su muñeca izquierda, donde con exacta precisión, el reloj le informaba que, por el tiempo que restaba, era posible llegar puntual. Un profundo y sonoro suspiro de alivio escapó de su pecho. Aflojó ligeramente la presión del pie sobre el acelerador. Las prisas nunca son buenas consejeras, pensó, y hoy no es precisamente buen día para tentar al diablo.

Ya faltaba poco.
Para su desgracia, apenas diez minutos duró su tranquilidad, el freno, por segunda vez, hubo de ser pisado a fondo.
Una oscura mancha humana caminaba despacio, ocupando toda la calzada de lado a lado.

-¿Será posible…!

Sacó la cabeza por la ventanilla para ampliar su campo de visión. ¡Lo que faltaba, un cortejo fúnebre! y ¡precisamente ahora que estaba a punto de llegar! ¡Dios!, ¿qué más puede pasarme hoy? ¡morirme y rematar así tan fatídica jornada!, su irritación iba in crescendo.

Detuvo el coche, dio marcha atrás y aparcó en un pequeño hueco que, casualmente, estaba vacío entre una larga hilera de coches.
Con rapidez recorrió mentalmente la distancia que tenía por delante; si me doy prisa, llegaré puntual, resolvió.
Cerró la puerta y con paso apurado emprendió el camino hacia la casa de sus futuros suegros. Para evitar que el lento caminar de la gente que acompañaba el sepelio le obligase a aminorar su paso, se dirigió hacia el lateral derecho de la calzada, subió a la estrecha acera y en señal de respeto agachó ligeramente la cabeza.

A punto estaba de rebasar el automóvil que contenía el féretro, en ese momento giró la cabeza, a saber por qué o a causa de qué; el caso es que su mirada se tropezó con la siguiente inscripción de una de las tantas coronas de flores que colgaban silenciosas de los laterales: “Tus padres que te quieren y no te olvidan”.
Lo típico de siempre en estos casos, pensó. La luctuosa ocasión no deja lugar a la originalidad, no.

Su mirada, distraída y curiosa, se paseó por la siguiente, que rezaba así: “Siempre te recordaremos. Tus amigos”.
Había una tercera que despertó su atención: “Miguel, no te olvidaré nunca…”
No pudo leer el mensaje completo, unas pequeñas ramas se habían enganchado en el lazo mortuorio y tapaban parte del texto. Será de su mujer, pensó, es lo más lógico.

¡Vaya, así que se ha muerto Miguel! ¡Pobre hombre! Sabía que estaba muy enfermo, y que desde hacía unas semanas estaba hospitalizado, o al menos esa era la información que había oído circular por el barrio días atrás.
Miguel, durante muchos años, había sido el portero de su edificio. Era un buen hombre, los recuerdos que tenía de él eran gratos y cálidos.
¡No somos nadie!, pronunció para sus adentros.

El morbo, la curiosidad, la sordidez… qué más da, hicieron que volviese su mirada en busca de la familia. Justo entonces una ráfaga de viento apartó las ramas que se habían enredado en el lazo de la corona, sus ojos se quedaron clavados en un nombre: “Nuria”.

No era Miguel, el portero, quien iba dentro de aquel féretro, no, claro que no.

Entonces la vio, los vio… a su novia, a su familia, a sus amigos, ellos eran los que presidían aquel triste cortejo.

Ese día, ese aciago día, era el de su entierro. Y, sí, él también se llamaba Miguel.


Jesus Christ Superstar (1973)
"Heaven on their minds" (Carl Anderson). Ver vídeo musical.