domingo, 7 de diciembre de 2008

"¿Conexión o relación?"


Hay vidas que se pueden resumir en una sola frase, y frases que definen a una persona.

La palabra, el arma más poderosa que existe, y la más bella. Lástima que últimamente se la someta a un trato vejatorio e inmerecido.

Las palabras conforman frases, éstas párrafos y así hasta llenar páginas y páginas; de un libro, de una vida. ¿Por qué ese empeño en economizar lenguaje, si dilapidamos inútilmente el tiempo? ¿Con qué objetivo? ¿Dónde se queda el contacto humano, las relaciones…?
Que me aspen si lo entiendo.

Caminamos irremediablemente hacia el analfabetismo tecnológico, pero no por obligación, sino por decisión propia. Nos escudamos en la rapidez para ahorrarnos caracteres a la hora de escribir. Mal de muchos, consuelo de tontos. Por ende, follemos más rápido para follar más; pero no por ello mejor. Confundimos el culo con las témporas, y nunca mejor dicho.

Queremos banda ancha en todo: en el amor, en el sexo, en el trabajo, en el día a día; una ADSL con muchos megas para vivir más rápido y mejor?!. ¿Para qué? para terminar en los canales de los chats vegetando y buscando emociones diferentes, asépticas y sin compromiso, porque el mundo real es demasiado estresante y tedioso, qué paradoja. Más velocidad para buscar tranquilidad.
Sexo virtual, rápido y barato. Qué importa no ver la cara del otro u otra, lo importante es ver su sexo y cascársela. De eso se trata, sexo anónimo y a precio de línea telefónica, sin compromisos ni complicaciones. Ea.

¿Qué diferencia hay entre escribir “ola” u “hola”; “guapa” o “wapa”? ¿cuántas décimas de segundo ahorras para conseguir qué…? Vergonzoso y vergonzante, pero ésta es tan solo mi opinión, tan discutible como cualquier otra. Aun así la defiendo y demuestro que no es imposible escribir bien y rápido. Si somos capaces de manejar “cuarenta teclas” a la vez con los videojuegos, escribir bien es coser y cantar. Lo que faltan son ganas y conocimiento de las normas y del idioma. La rapidez es una excusa barata e indefendible.

Alimentamos un monstruo que nos está devorando, y tratamos de olvidar quiénes somos para ser quiénes desearíamos ser ocultando nuestra identidad y nuestras miserias tras un nick. Lo más curioso de todo es que todos coinciden en lo mismo: “Esto es una mierda”, pero nadie se va y casi todos repiten. ¿Qué harían pues si no fuese una mierda? ¿Vivir eternamente conectados?
Porque la gente ya no se relaciona, se conecta.
Ya se van quedando en el olvido y casi fósiles aquellas preguntas: “¿A qué hora quedamos? ¿dónde nos vemos?”. No, ahora lo que prima es: “¿A qué hora te conectas? ¿en qué canal? ¿chat o Messenger?”

Somos como enchufes hambrientos que se conectan a la red para inyectarse la energía que les falta en su vida diaria. Es un chute, una droga, una adicción, e incluso, en muchos, una enfermedad.
Todas las nuevas creaciones traen consigo destrucción cuando se hace abuso de ellas, e internet no iba ser menos. ¿Cuántos no han confesado que han padecido adicción a los chats, cibersexo, juegos o videojuegos? Cientos, miles, millones. Y los que se lo callan y no dicen nada...

Adiós a la relación, bienvenida la conexión, y con ella la soledad del internauta. Hasta hay quien pretende forrarse de euros jugando online sentado en el sofá. Quien lo logre, afortunada sea su cartera y lo lamento por su culo y espalda. Que por todo se paga un precio, por ejemplo, una relación; y, a cambio, ganas una adicción, entre otras ya adquiridas.

Y quien suscribe estas palabras ha conocido, a través de este medio, al mejor hombre que ha pasado por su vida, y, también, al peor.

Consejo: nunca des dinero a conocidos, y menos por Internet; aunque te pida que confíes, haz todo lo contrario, desconfía; quien tinene la desfachatez de hacer ese tipo de petición hará cosas mucho peores; incluso aun cuando creas estar enamorada y te lo pida con hermosas palabras, no lo hagas, porque la sublimada imagen que tendrás de él en tu cabeza nunca se corresponderá con la realidad. La mente crea ilusiones, la realidad abofetea. Ante una situación así existe una opción muy cómoda en el Messenger que se llama “Eliminar contacto”, si lo haces a tiempo te ahorrarás disgustos y dinero.
Preferiblemente que vendas tu alma al diablo, te saldrá más barato, económicamente y emocionalmente. Al menos, de entrada, sabes con quién comercias.

Y esto no es una leyenda urbanotecnológica.

Me gustaría cerrar este artículo con una frase memorable de una película inolvidable.

“La gata sobre el tejado de zinc”, de Richard Brooks.

“No vivimos juntos. Ocupamos el mismo espacio, nada más”, le espetó Maggie la gata (Elizabeth Taylor) a Brick (Paul Newman).


Marketá Irglová "If you want me" [BSO "Once"] (ver vídeo musical).

domingo, 14 de septiembre de 2008

"El espectador"


A través de la pequeña rendija abierta en la falsa puerta dibujada en la pared tenía, a su pesar, una posición privilegiada para observar todo cuanto acontecía sobre la cama, ahora desierta, de la habitación del hotel.
Palco de proscenio sobre el escenario de un teatro del cual no era personaje.
Miró su reloj, faltaban pocos minutos para la hora convenida. Ella era puntual, lo sabía.

Y así fue, al rato, oyó como se abría la puerta y en pocos segundos el cierre de la misma. Ahora su corazón ya no latía desbocado de temor, celos y angustia. Ella le pertenecía, aquello tan solo era un préstamo, una concesión a la llamada de la carne; prefería ser testigo mudo antes que ser devorado por la incertidumbre.

Ella se dejó desnudar y acariciar por aquel atractivo joven; a la vez ella lo despojaba de toda su ropa. Se echaron sobre la cama y comenzó el ritual, como siempre. Lo acordado era que ella se follaría a los hombres, nunca dejarse follar. Le dio un empujón que lo dejó tumbado boca arriba, se contoneó como una serpiente sobre su cuerpo, paseó sus pechos por su boca, su pecho, su vientre y su sexo. Él gemía de placer y su excitación era más que evidente.
Quiero follarte, pedía, suplicaba él una y otra vez.
No, todavía, no, replicaba ella. Y con insolencia asomaba su sexo a su boca, para luego retirarse, se deslizaba con destreza hasta su pelvis, y allí se retorcía sobre su erecto miembro, se frotaba contra él con fuerza, con lujuria.

-Quiero comerte el coño.
-No.-respondió rotunda.
-¿Por qué?
-Porque está prohibido, eso y besar en la boca. Ya te lo advertí.
-Lo sé, pero me apetece, lo deseo, te deseo, me vuelves loco de placer. Y no entiendo por qué me privas de eso.
-Calla y déjate hacer. Follar es lo acordado, ¿recuerdas? –replicó con contundencia.

Sonreía de placer el espectador. Esa es mi chica, pensó para sí.

Sentada sobre la pelvis del muchacho se elevó lo suficiente para introducir su polla dentro de su sexo, y comenzó el baile, la danza sexual que ella sabía ejecutar con destreza.

-Me estas follando tú y eso me trastorna. Ninguna mujer lo había hecho jamás.
-De eso se trata, y tú lo aceptaste.

Y mientras el placer recorría su cuerpo, volvió la mirada hacia la rendija abierta en la falsa puerta. El orgasmo se aproximaba y cuando estalló dentro de su carne sonrió hacia los ojos que sabía la estaban observando, pronunció en silencio un nombre que él pudo leer en sus labios: Manuel.

Se separó del muchacho, y le pidió que se fuese. Él, sin entender nada, hizo lo que habían convenido. Se vistió, cogió el dinero que ella le ofrecía, lo pactado, y se fue sin hacer preguntas.

Ella corrió hacia el interior del habitáculo, y allí, desnuda como estaba se dejó besar y acariciar por el hombre que amaba. Sentado sobre una silla de ruedas, inerme de cintura para abajo, pero con sensibilidad en su otra mitad, le proporcionó el placer que para él solo estaba reservado, sus caricias, su boca y beber de su sexo.

Otros disfrutaban de su cuerpo, mas él tenía su alma y las zonas prohibidas. Y ella se entregaba a otros pensando en él. La amaba, si cabe, más que antes. Antes de que aquel fatal accidente lo dejase paralizado de cintura para abajo, inválido para caminar, para follar; empero feliz de sentirse amado en el cuerpo de otros hombres.

Ella siempre regresaba a él, a sus manos, a sus caricias y a sus besos. A su amor, el único. El que nunca entregaría a ningún otro hombre. Se sentía afortunado, y ambos eran felices así. Tal vez más que muchos otros, a saber...

sábado, 13 de septiembre de 2008

"Hastío"

"Al borde del mar"

Se levantó de la cama y se dirigió hacia el baño. Apoyó las manos en el borde del lavabo y allí escupió todo el semen que inundaba su boca. Él yacía tranquilo y exhausto, ella sabía muy bien cómo complacerle y extraer todos sus jugos. Ya no le importaba ceder su cuerpo como receptáculo para proporcionarle el placer que deseaba y necesitaba a diario.
Abrió el grifo y se enjuagó con un poco de agua para eliminar los restos de tan pegajoso fluido.

Alzó la mirada hacia el espejo y allí se encontró con una desconocida. ¿Quién eres?, preguntó. El silencio fue la única respuesta que obtuvo.
Navegó en el tiempo y fue en busca de la otra; aquella mujer pretérita que disfrutaba sintiendo cómo se deslizaba el espeso elixir de él a través de su garganta. Aquella que succionaba su sexo con fruición hasta el éxtasis mutuo, que abría sus puertas para que él penetrase dentro de su carne, aquella que se dejaba beber, tocar, acariciar porque lo amaba y lo deseaba; y había reciprocidad entre ambos cuerpos. Aquella que follaba con el cuerpo y con el alma, que daba placer a raudales y también lo recibía en la misma medida.

Ahora tan solo quedaban cenizas, apenas unos rescoldos que ni tan siquiera alcanzaban a arder bajo el soplo del fuelle del cariño, del tiempo compartido, de los buenos momentos vividos.
Follaba con él cuando no quedaba más remedio, para evitar reproches, para no sentirse culpable de no desearlo. Se preguntaba si aquello sería pasajero; pero ya duraba demasiado, no podía seguir engañándose más. Permanecer así más tiempo, en esa agónica situación y bajo esa falsa excusa, era prolongar una muerte anunciada.

Regresó a la habitación, él dormía plácidamente, saciado de placer y sexo. Evitando hacer ruido abrió la puerta del armario, agarró una pequeña maleta y la llenó con alguna ropa; su neceser con todas sus cosas personales. Se vistió y, maleta y neceser en mano, se fue de su vida y de aquella casa para siempre.
En el espejo del baño había encontrado el motivo por el cual debía irse: hastío.






domingo, 31 de agosto de 2008

"Sasanga blanca, sasanga rosa"


Sobrevivir a uno mismo ¿es una penitencia o un regalo que brinda el otro lado del espejo para buscar y encontrar tu reflejo?
Cuando ambos “yos” se fundan, descansará mi alma sobre un lecho de flores de sasanga y peonías. La nieve que describe Kawabata será bálsamo que purifica, sus montañas rosario de fortaleza y serenidad.
Sumergiré mi secreto en el lago Biwa, las geishas del agua lo convertirán en cerámica Iga, que al humedecerse con el agua iluminará la superficie con colores fulgurantes. Respirará mi secreto del rocío de las flores, cual llanto que humedece el rostro de Biwa.

En mi jardín planté dos sasangas; una, blanca y nívea como una virgen; la otra, rosa intenso, como el epicentro de mi sexo.
Preñadas de vigorosos capullos, florecieron las dos en todo su esplendor; y cayeron sobre la tierra sus flores cual cabezas decapitadas. Se desprendían de su belleza para engrandar nueva vida. Cada flor caída era una ofrenda en mi altar. A pesar de lo efímero de su hermosura, y su agotamiento de parir tanta belleza se mantuvieron firmes, y aferradas a la tierra, engendrando brotes, esculpiendo capullos futuros que se abrirían cual amantes a su señor para fenecer en la tumba de la belleza. Efímeras mariposas que revolotean sobre la piel de su amado, carne sobre la que se posan acariando con sus alas la firmeza masculina, semen que liban para alimentarse, aun a sabiendas de que pronto han de morir. Mariposas del amor. Hermosas, etéreas, sublimes. Belleza pura y delicada. Concebida para ser admirada únicamente. Clímax de un placer intenso, breve, empero inolvidable; de raíces profundas y férreas como las de un viejo arce.
Besos atemporales que conservan calor y humedad, sempiternos guardianes de labios que beben en el riachuelo de los sueños.

Y llegó el día en que mi alma se secó, y con ella mis sasangas; se desprendieron de sus hojas, sus tallos desnudos eran mi reflejo. Ellas sufrían conmigo y así lo manifestaban.
De nada servía el agua con que las regaba a diario. Ellas se marchitaban y yo con ellas, al unísono, como un trío sincronizado para vivir y morir.

No desistí en el intento, si vosotras renacéis yo lo haré también, les prometí un día nublado y plúmbeo, caluroso hasta la locura. Verlas morir convulsionó mi alma, me dirigí hacia la cocina, agarré con decisión el cuchillo más afilado de mi colección. Regresé al jardín, y sobre sus yermos troncos derramé la sangre que manaba de la herida infligida en la palma de mis manos. Manos que han cincelado dolor, placer, proyectos, caricias, sueños, vida, muerte ….
Mis sasangas bebieron de mi sangre, ahora están llenas de brotes, de hijos, de vida. Yo renazco con ellas. Regreso de nuevo, pero diferente; de mi alma brotarán flores, de mi cuerpo alguien extraerá agua y nieve del pozo del placer.

El dolor ha muerto y el viento del olvido se lo ha llevado, como las hojas secas de mis sasangas.
Falta poco para que el dos y el tres se unan, ese día renaceré de mis cenizas. Mi felicidad será la llave que cierre la puerta del tormento, el sosiego ocupará su lugar. Mi sonrisa será el despertar de conciencias engañadas que se rebelarán contra sus amos, el castigo será cruel, a la medida de sus actos, la desgracia será lluvia sempiterna que arrecie implacable sobre sus vidas. El mal engendra mal, un vientre sabio lo rechazó; dos no quisieron nacer, he ahí el punto de partida de la penitencia y el castigo. Lo peor está por venir.
Yo, sigo cuidando mis sasangas. Mi vida.

Sasanga blanca, sasanga rosa.




jueves, 7 de agosto de 2008

"Lejanía"

Lejanía; esculpes con el cincel del tiempo en el fracturado bloque marmóreo de mi alma.
Lejanía; caprichosa dama que expande su intenso perfume sobre mis días.
Lejanía; carcoma de tristezas, morfina del dolor.
Lejanía; seductora cortina de humo que barre con su cola el viento de los recuerdos.
Lejanía; ladrona irreverente de pasiones únicas.
Lejanía; hoz que siega con precisión certera sobe la tierna hierba de la evocación.
Lejanía; trinchera de mis batallas, abanderada de mis victorias.
Lejanía; castigo de la cobardía, verdugo de la crueldad.
Lejanía; tierra prometida de un edén que no alcanzaré pisar.
Lejanía; borras trazos de lápices, no el rastro que dejan en el lienzo de nuestras vidas.
Lejanía; bálsamo que atempera ausencias, espuma de mar que purifica, brisa que renueva.
Lejanía; manto de penitencias.
Lejanía; amenazador y certero filo de navaja que se pasea con insolencia por la geometría de mi alma.
Lejanía; legado de un comediante del amor.
Lejanía; libérame de las férreas cadenas del pasado, no encarceles mi presente.
Lejanía; tejedora del tapiz de tupidas ausencias, centinela del devenir.
Lejanía; látigo que recuerda el sabor de la desolación.
Lejanía; ángel custodio que me arranca del tentador abismo de la noche eterna.
Lejanía; abono que alimenta la impotencia, veneno de anhelados despropósitos.
Lejanía; estanque lleno de lágrimas no derramadas.
Lejanía; sábana empapada de humedades y placeres no compartidos.
Lejanía; campiña donde brotan rojas amapolas.
Lejanía; lugar solitario, cementerio de huesos tallados por amores imposibles.
Lejanía; madame del lupanar del amor, donde hetaira soy.
Lejanía; no me castigues con la eternidad de tu presencia.
Lejanía; ve y dile al futuro que no me espere.
Lejanía; caníbal de mi alma, vampiro de mi sangre, fortaleza de mi carne.
Lejanía; no permitas que el autor de mis días se convierta en cadáver sin antes poder mirarle a los ojos y decirle: “te quiero.”


Maria Callas "O mio babbino caro", Gianni Schicchi (ver vídeo musical).

viernes, 9 de mayo de 2008

"Recuerdos del futuro"

"Leyendo en Sitges"

Ella se sumerge en el océano
de su voz,
desnuda sus instintos
y se pasea
insolente
por el vértice de su sexo.

El cuerpo,
cámara secreta
de díscolos pensamientos
que acuden
sin ser llamados,
con desafiante
impudicia
teje una fina
red sicalíptica.

Las murallas de Jericó
se tambalean,
¿dónde está
el enemigo a derribar?

Las palabras
instrumento sonoro
en sus manos.
Ayer rodeaban
sin llegar a tocar,
hoy se atreven
a rozar la piel,
rebotan como un eco
y regresan
trayendo consigo
el rocío
de una fragancia
que él recoge
con avaricia
y oculta
en sus entrañas
cual pócima secreta.
Elixir
de placeres prohibidos.

Es un desconocido
en su presente,
tentador
conocido incierto
en el mañana.

Provocadora presencia
que turba,
a su pesar.
La confusión empuja
con fuerza
y decisión,
intenta abrirse
paso en su carne.

Ella luchará
hasta el final,
conoce muy bien
su efecto
devastador.
No se dejará vencer
fácilmente,
no, hoy no.

Aun así, desconocido,
no abandones,
ve y pregúntale
cuál es el secreto
que oculta al mundo.

(Carta a un solitario desconocido).





jueves, 24 de abril de 2008

"El tirachinas"

"Asfalto y arena"

Se tumbó boca arriba sobre el colchón, apoyó la nuca sobre uno de sus brazos y dejó que su mirada vagara por el techo de la estancia recorriendo su perímetro. Una anodina bombilla pendía de un solitario cable desde el ¿centro?, sí, eso parecía; en torno a tan desoladora compañía, una espesa y sucia tela de araña vestía de encaje a la desnuda damisela. Seguro que la artífice de tamaña obra estaría oculta en sus aposentos, al acecho de que algún incauto insecto cayera presa de sus redes.

Aquella visión le condujo, sin pretenderlo, al ático de los recuerdos. Descorrió el telón y sobre el escenario apareció un mozalbete de unos trece años que, asomado a la ventana de su habitación, admiraba, el sublime canto y majestuoso plumaje de un pájaro, que día sí y día también, se posaba sobre la misma rama del árbol que se alzaba ante la fachada de su casa. Su presencia, que duraba escasos instantes, era un regalo para los oídos y la vista; y él, vanidoso y ufano, cuando se sabía centro de atención de la mirada del muchacho, levantaba el vuelo y desaparecía hasta el día siguiente.

La admiración se tornó en un obsesivo afán de posesión, ya no se conformaba con aquellos momentos de exquisito placer con los que le obsequiaba el ave, quería más, soñaba tenerla con él y para él, para siempre. Deseaba ser su dueño.
Dando por hecho que conseguiría su objetivo invirtió todos sus ahorros en la compra de una gran jaula y en acondicionarla para su futuro huésped.
Ahora, el próximo paso era preparar una trampa para cazarlo y así poder alojarlo en su nuevo hogar.
Lo intentó de una y mil formas, pero todo fue en vano. Una de dos, o él era demasiado lerdo o el maldito pájaro extremadamente astuto. Y, mal que le pesase, la evidencia se inclinaba por la segunda alternativa.

La frustración de no lograr lo que daba por hecho y de fácil consecución se volvió en su contra como arma arrojadiza. Cual veneno se mezcló con su sangre y contaminó su cerebro.
“Si no puedo tenerte, morirás”, vomitó para sus adentros desde el púlpito de la rabia.

Y llegó un nuevo día, y de su mano el fatal desenlace. La hora de la cita se aproximaba, él, como siempre, asomado a la ventana, esperaba su aparición. Un brazo apoyado sobre el alféizar; el otro, oculto tras la espalda, y la mano sobre un pequeño objeto que, previamente, había introducido en el bolsillo trasero izquierdo de su pantalón.

Puntual a su cita, acudió. Se posó en la misma rama, la de siempre. Hoy no había trampas ni engaños. Se confió, y decidió obsequiar al muchacho con su más bello canto.
Un certero golpe lo silenció para siempre, y con él la visión de tan hermoso ejemplar.

Su habilidad y excelente puntería con el tirachinas eran bien conocidas en todo el barrio. Muchos la habían padecido, otros tantos aplaudido. Ese día tampoco falló. Mató al pájaro y, con el tiempo, se dio cuenta de que también había muerto dentro de él la ilusión de la espera, del placer de escucharle, de verle, de disfrutar de una belleza que no estaba concebida para ser poseída.

La puerta de la celda se abrió y con ella se cerró el telón de los recuerdos.
No estaba allí por haber matado a un pájaro, claro que no.

A Laura sí había logrado conquistarla, seducirla y cazarla. Y en una jaula la encerró, porque la quería sólo para él. No deseaba compartirla con nadie. Y ella se dejó, confundió la posesión, la obsesión enfermiza de él por controlar su tiempo, dónde estaba y con quién estaba, con el amor. Lejos estaba de serlo; mas no supo, no pudo o no quiso verlo.

Hasta que un buen día, ella enfermó de tanta posesión y decidió volar. Quiso ser libre, no ser de nadie, ser de ella y para ella. Las jaulas, aunque sean de oro, son jaulas.
Y el mismo pensamiento que acudió a la mente de él cuando no pudo capturar al pájaro se repitió con su mujer: “si no puedo tenerte, morirás.”
Esta vez no utilizó el tirachinas, una certera puñalada en el corazón cercenó su vuelo y su vida.

Ahora era él quien estaba tras los barrotes de una jaula.
La puerta de la celda se cerró de nuevo y la luz de la anodina bombilla se apagó. Era de noche, fuera de la cárcel y dentro de ella. Lugar solitario.


Bob Dylan "I want you" (ver vídeo musical).

lunes, 31 de marzo de 2008

"Resistir"





















"Senda iluminada"

¿A qué sabe el dolor?
Muerdo mi carne herida
y vuelvo a la niñez.
Al primer beso,
a la primera caricia,
que abren la senda del placer.
Piel contra piel,
desnudez sobre desnudez.
Fluidos desconocidos que embriagan,
seducen y trastornan.

Mastico la rabia
y desafío desde mis cenizas a la frustración.
Abro puertas bajo mi piel,
para vomitar el veneno
que han inoculado tus besos.

Hoy, al fin, me he curado de ti,
he combatido la fiebre de mis noches
y el tormento de mis días
resistiendo,
porque la enfermedad eras tú.

Me abrazo a la soledad de mi presente,
triste, pero fuerte,
herida, pero orgullosa.
Soy reina de un fértil reinado.
Tú, vasallo de tu cobardía.

Huérfanos tus días
caminarán, pisando siempre
la hojarasca de placeres indómitos, únicos.
Añicos son hoy.
Recuerdos que abrasarán tu alma como penitencia,
por toda la eternidad.

Se abrirán llagas bajo tus pies,
lágrimas de nostalgia regarán la tierra,
y no brotará nada,
porque destrucción
es el manto bajo el que te envuelves,
cabalgas sin rumbo a lomos de la necedad
maquillada de arrogancia.
Feroz corcel, débil jinete.

El minúsculo caracol deja un rastro de baba,
tus huellas son efímeras,
pobres y huecas
las borrará el viento del olvido
y la desmemoria.

Estás condenado a no olvidar
el sabor, el olor y el cómo.
Tu indiferencia de hoy
es abono de los lamentos de tu mañana.


David Bowie "Ashes to ashes" (ver vídeo musical).











lunes, 17 de marzo de 2008

"La capilla"

"La capilla"

Desde hacía un año era el responsable de la pequeña “Capilla del Santísimo” que se albergaba en la basílica. Faltaban ya pocos meses para su ordenación como sacerdote. Se sentía feliz y, a la vez, nervioso por la cercanía de este acontecimiento.

Lo que no sabía es que la vida estaba a punto de someterle a una dura prueba.
Aquel sábado, cercana la hora del cierre, reparó en la figura de una mujer que estaba sentada en el banco de la segunda fila, a la derecha del altar.
Arrimada a la esquina que daba al pasillo, casi hecha un ovillo sobre sí misma, apenas levantaba la cabeza durante el tiempo que permanecía allí dentro.
Pasada casi una hora, y antes de salir, se ponía unas oscuras gafas de sol y salía tan silenciosa como había entrado.

Y durante los tres meses siguientes la mujer no faltó a su cita. Siempre a la misma hora, en el mismo solitario lugar y adoptando la misma postura silente.
Lo que al principio nació como curiosidad con el tiempo se fue transformando. Se engañaba a sí mismo pensando que era puro interés cristiano lo que le movía a estar allí puntual cada sábado, a la misma hora que sabía ella llegaría. Nunca le había visto el rostro, mas presentía que los oscuros cristales de sus gafas ocultaban una profunda tristeza, estaba convencido.

Llegó el día en que se encontró a sí mismo consumido por el fuego de la espera, contando uno tras otro los días que faltaban para volver a verla. Las semanas se hacían eternas, parecían meses, años. Las noches eran un tormento para su mente, a la que acudían sin ser llamados pensamientos que tomaban forma en su cuerpo. La sangre se concentraba en su pelvis como un caballo desbocado y salvaje. La carne se hacía cada vez más fuerte y robaba terreno dentro de su ser. Pensar en ella y tocarse era todo uno.

Todo su mundo, sus creencias, su fe, se estaban desvaneciendo como una cortina de humo. ¿Qué le estaba sucediendo? ¿cómo luchar contra lo desconocido? ¿cómo vencer lo que parecía invencible?

El tormento crecía en la misma medida que el deseo. No sabía si estaba pecando, porque él no había fomentado ese sentimiento, ¿cómo sentirse pecador de algo no buscado ni propiciado? Y aun así sabía que estaba cometiendo pecado por sentir lo que sentía.
¡Dios! ¿qué me está sucediendo y por qué?, se preguntaba. Y rezaba, rezaba pidiendo fuerzas a Dios para poder soportar y resistir. Mas sus oraciones parecían no ser escuchadas. Allí, dentro de él, permanecía aquel fuego que, lejos de apagarse, cada día crecía y se alimentaba con la necesidad de volver a verla.

Llegó el sábado en que decidió adentrarse en su infierno para luchar contra el demonio de la carne. Vencer o morir. No podía ser de otra forma.
Puntual como siempre, y el mismo sitio, allí estaba. Ahora la miraba con otros ojos, se fijó en su ropa, su cuerpo, su cabello. Se dio cuenta de que la miraba como hombre y no como alguien que estaba a punto de ser sacerdote.

No supo cómo lo hizo pero se encontró sentado detrás de ella. Se desplazó hacia el lado derecho del banco para poder mirarla mejor. Tenía un perfil grave. En un momento que alzó la cabeza hacia el altar pudo comprobar cuánta tristeza destilaba su mirada.
Sus manos, apoyadas la una sobre la otra, se daban calor y apoyo; tal vez el que ella no tenía.

Se levantó, y, como siempre hacía, se puso las gafas, recogió su bolso y se encaminó hacia la salida. Absorta en sus pensamientos no advirtió su presencia.

Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el altar, se quitó la sotana, la ocultó tras una columna y salió en su busca. Sabía que salía siempre por una de las puertas laterales de la basílica y hacia allí dirigió sus pasos. Salió al exterior, bajó apresuradamente las escaleras al tiempo que la buscaba con la mirada. Caminaba calle arriba, hacia la avenida principal.

Se dejó estar a una distancia prudencial, aunque estaba tranquilo pues sabía que no corría peligro de ser descubierto. Al menos, no por ella.
Entró en una cafetería y se sentó al fondo, a una mesa que estaba arrimada a la pared.
Él hizo lo propio, pero justo enfrente.

Fingiendo mirar la carta, desvió la mirada hacia su mesa. Oyó cómo pedía un café al camarero. Él, también, pidió lo mismo.
Ahora, o nunca; se dijo. Se levantó y, con paso firme, fue donde ella estaba.

-¿Puedo invitarla? –las palabras salieron solas sin pedir permiso.

Ella levantó la mirada hacia él. Sorprendida por la invitación, la educación y formas de aquel muchacho no pudo por menos que sonreír y aceptar con una inclinación de cabeza.
Arrimó una silla a la mesa y se sentó a su lado. Y tras la silla vinieron horas de conversación y tras la conversación la inevitable salida del local.

-Me gustas –dijo ella.
-Y tú a mí –respondió él.

Y en la cama de la habitación de un hotel cercano él conoció el sabor de la carne y encontró las respuestas a todas las preguntas que hasta ese día le habían atormentado.
Tras la columna del altar se quedó para siempre la sotana.


Eagles "How long" (ver vídeo musical).

jueves, 13 de marzo de 2008

"Para abrir boca, su sexo"

" A ti"

A ti, que todavía te escondes bajo las páginas de un libro, solitario caminante de mis madrugadas insonmnes. Te confundí con otro, con una mentira, un espejismo; burda imitación. O, tal vez, me autoengañé queriendo pensar que te había encontrado en lo que no era más que una pantomima, perniciosa y necia, con ínfulas de nobleza. Sé que todavía estás ahí, te espero. Cuando aparezcas, serás tú quien me reconozca, ahora te toca a ti mover ficha.
Yo te he creado, tú has de dar el paso de tomar forma humana y buscarme.
Es mi tiempo, y este relato lo llevaré a la realidad contigo.


Dejaron de bailar y se dirigieron hacia la mesa, decidieron que ya era hora de marcharse. Él la invitó a su casa y ella aceptó, los dos sabían lo que querían. Bajaron en ascensor hasta el parking y subieron al coche. Puso el seguro a las puertas, mas no arrancó el motor; se giró hacia ella y la besó con deseo y pasión. Enterró su mano izquierda en el escote de su vestido y acarició sus pechos, ella cerró los ojos y dejó que el placer navegase a través de sus sentidos. Volvió en sí y le buscó con la mirada, agarró su camisa y tiró de ella hasta dejarla totalmente fuera, sus ansiosas manos buscaron el contacto de su piel y bajaron hacia su cinturón, lo aflojaron, desbrocharon el pantalón y se introdujeron en el ardor y firmeza de su sexo. Su miembro, completamente erecto, mostraba una gran excitación y ella sintió como la humedad de su sexo empapaba sus ingles.

-¿Qué te parece si nos vamos?, o acabaremos follando aquí mismo.

-Aquí no, mejor que no.

Arrancó el coche y salieron del parking camino de su casa. Una vez allí, y sin mediar palabra entre ambos, se encaminaron directamente hacia el dormitorio. Se desnudaron y acariciaron sus cuerpos con incontenida excitación. Él, recorrió sus labios con dedos ávidos que se introdujeron dentro de una cálida boca; ella los rodeó y succionó con la lengua. Acercó él su boca, sus lenguas se encontraron, se acariciaron y se enzarzaron en un húmedo juego; recorriendo cada uno el paladar del otro. Sus salivas se confundieron y por las comisuras de sus bocas se deslizaban como pequeños riachuelos. Sedientos de placer se bebieron el uno al otro, el fuego que los devoraba se alimentaba de su deseo.

Se apartó de ella, la tendió sobre la cama, y con la humedad de su lengua perfiló el contorno de su cuerpo. Acarició y estrujó sus pechos, humedeció con saliva sus pezones y los succionó suavemente a la vez que sus dedos se paseaban por el húmedo y caliente sexo de ella, que se convulsionaba de placer. Dos manos inquietas se deslizaron por toda su geografía masculina; irguió su cuerpo sobre la cama y acercó la boca al miembro de él, lo lamió con dulzura; sus ardientes labios enjugados en saliva envolvieron el glande con suma delicadeza, a la vez que su traviesa lengua lo rodeaba en círculos, lo succionaba para luego rodearlo de nuevo; tímidos mordiscos pellizcaban su carne provocando un rabioso y lacerante placer. Todo él se escondía dentro de aquella húmeda gruta, hasta la garganta pudo sentir su contacto y calor. Todo allí dentro era presencia.

Una placentera firmeza y sumisión derrotaba su pelvis, traspasaba fronteras, ascendía por la médula espinal y se depositaba bajo la nuca donde inyectaba rabiosa todo su veneno. Disfrutaba sintiéndose aprisionado entre lo dedos de la mano de ella, que al son de un ritmo silencioso comenzaban a danzar resbalando sobre un fluido salobre que se deslizaba sobre ellos. Saliva, fluidos, sudor, todo se confundía en elixir de sabores, de olores; salvaje y cruel pócima que trastorna y doblega sin compasión. Cables de acero semejaban sus músculos, una irrefrenable tensión sexual recorría su fibra cual descarga eléctrica. La sangre, tal parecía que se había concentrado en un solo punto, su miembro; allí pugnaba con furiosa violencia por expandirse.

Él, sintiendo cercana la eyaculación, se tumbó boca arriba, la sentó sobre sus caderas y lentamente se introdujo dentro de su hambriento sexo. Una oleada de feroz placer explotó en su interior al sentir como las paredes aterciopeladas de la vagina lo envolvían con una caníbal y sensual firmeza. Gemía ella como una posesa, moviendo rítmicamente sus caderas, al tiempo que sentía sus pechos aprisionados entre sus manos, pellizcados sus pezones por salvajes mordiscos; los dos estaban al borde de un profundo abismo de placer al que no dudarían arrojarse. Un voraz orgasmo engulló sus cuerpos.


Janis Joplin "Cry baby" (ver vídeo musical).

domingo, 9 de marzo de 2008

"El vecino"

Entró en el solitario ascensor. Pulsó el botón que marcaba el 4, la máquina, obediente, comenzó su ascenso. Apenas unos segundos más tarde se detuvo en destino. Justo en el mismo momento que ella salía al rellano, el vecino que vivía enfrente de su puerta hacía lo propio. Casi se toparon de bruces. Ella, cargada con bolsas de la compra, dio un respingo, él con una maleta de viaje, maletín y un abrigo no supo qué decir. Sus miradas se encontraron durante unos segundos. Apresurado se disculpó y con rapidez se introdujo en el ascensor.
¡Caramba, al fin te conozco!, pensó.

Llevaba dos meses viviendo en aquel piso y todavía no conocía a ninguno de los vecinos de su misma planta. Lo único que sabía del vecino con el que acababa de toparse era que tenía una vida sexual muy, pero que muy activa. Sus dormitorios daban pared con pared, e incluso intuía que la cabecera de ambas camas se apoyaban contra la susodicha.
En más de una ocasión y ante la imposibilidad de dormir, dado el revuelo sexual que al otro lado tenía lugar, había optado por pasar la noche en el sofá.

Se oía de todo: jadeos, frases en voz baja pero fácilmente descifrables, y, sobre todo, el ritmo. Hubo noches en que se dedicaba a adivinar cuándo terminaría la faena. Cuando el movimiento se aceleraba, había orgasmo. Fin, a dormir.
Aunque esas eran las menos de las veces, pues siempre repetía, dos, tres…
¡Qué máquina el tipo! ¡coño!, que una no es de piedra. Además su vida sexual, desde hacía no sabía ya cuánto, estaba bajo mínimos, inexistente. Tiempo hacía que no probaba carne fresca.

Introdujo la llave en la cerradura, abrió la puerta y entró. Se detuvo un instante en el recibidor y recordó lo sucedido: “pues sí que es atractivo el puñetero”.
Pasaron los días, y la anécdota cayó en el olvido, ella volcada en su trabajo y viajando mucho; aquel mes había sido demoledor, muchas reuniones y proyectos a desarrollar.

¡Por fin en casa!, suspiró cuando cerró la puerta tras de sí. Dejó las maletas en el suelo y lo primero que hizo fue subir persianas y abrir ventanas, necesitaba aire fresco.
Hecho esto el paso siguiente era una buena ducha. El baño de su habitación daba a un patio interior y la ventana de éste estaba justo enfrente de la de su vecino, las ventanas de sus dormitorios pegadas la una al lado de la otra, todas formando una U.

Estaba a punto de entornarla cuando reparó que enfrente, también en el baño, alguien se estaba desnudando. Era él. Instintivamente se apartó y se arrimó a la pared para no ser vista. No pudo evitar volver a asomarse, despacio y con el temor de ser pillada in fraganti.
Tenía un cuerpo hermoso, deseable, era alto, moreno y ni un gramo de grasa asomaba en su geografía. Se cuidaba mucho no cabía duda.
Se estaba excitando y no se daba cuenta. Aquella visión había despertado su aletargado apetito sexual.

Se permitió asomarse un poco más, y justo en ese instante él giró la cabeza hacia ella.
Su presencia había sido descubierta, ya no sabía si estaba colorada por la vergüenza o por la excitación, el caso es que lejos de apartarse permaneció allí.
Ella sabía que él sabía que lo estaba mirando. Entendió su juego. Se introdujo en la ducha y comenzó a enjabonar su cuerpo. Aquello la turbó por completo. No pudo evitar que sus manos comenzaran a viajar por su cuerpo. Si él se acariciaba el pecho, ella le respondía haciendo lo propio acariciando sus pezones; la estaba instando a obedecerle e imitar sus gestos.
Las manos de él se encontraron con su miembro, jugaron, resbalaron sobre él con el jabón y la excitación no solo creció en ella. La erección de él era más que evidente.
Su mano derecha bajó en busca de su clítoris, húmedo, excitado y caliente. Sentía que estaba a punto de estallar de placer.

Él en ningún momento había vuelto la mirada hacia ella. Continuaba con su juego, provocador y sabedor de lo que estaba sucediendo al otro lado. Su mano derecha agarró con precisión su miembro y comenzó a seducirse, a jugar, a danzar, ora rodeaba el glande con dulzura, ora su mano subía y bajaba por su geografía. Al principio más lento, ahora más rápido. Ella le seguía, no podía apartar la mirada de aquella visión, estaba como hipnotizada.

De repente, él se detuvo. Salió de la bañera, cerró la ventana y desapareció. Ella se quedó durante un rato pegada a la pared, desnuda, húmeda e inmóvil, sin saber qué hacer ni qué pensar.

El sonido del timbre de la puerta la devolvió a la realidad. Desorientada, echó mano del albornoz y se encaminó hacia la entrada. Acercó sus ojos a la mirilla y… allí estaba él.
Apartó la cabeza, y sin pensarlo dos veces abrió la puerta. Entró arrollador y sin pronunciar palabra alguna le arrancó el albornoz, la izó en brazos y la condujo al dormitorio. La besó y la acarició como ya no recordaba que se podía hacer, con ternura, sensualidad, pasión y deseo.

Allí follaron, gozaron y se devoraron el uno al otro. No hubo postura que pasara por alto. Ahora él sobre ella, luego ella sobre él, a cuatro patas, sexo anal, sexo oral, y más sorpresas que descubrió aquel día y en días venideros.
Ya nunca más tuvo que dormir en el sofá, porque ella se convirtió en la protagonista de todos sus revuelos sexuales.


Fleetwood Mac "Gypsy" (ver vídeo musical).

viernes, 7 de marzo de 2008

"Ausentarse de la vida"

El tiempo, el implacable, el que pasó,
siempre una huella triste nos dejó,
qué violento cimiento se forjó
llevaremos sus marcas imborrables.
Aferrarse a las cosas detenidas
es ausentarse un poco de la vida.
La vida que es tan corta al parecer
cuando se han hecho cosas sin querer.
En este breve ciclo en que pasamos
cada paso se da porque se sienta.
Al hacer un recuento ya nos vamos
y la vida pasó sin darnos cuenta.
Cada paso anterior deja una huella
que lejos de borrarse se incorpora
a tu saco tan lleno de recuerdos
que cuando menos se imagina afloran.
Porque el tiempo, el implacable, el que pasó,
siempre una huella triste nos dejó.

Pablo Milanés, 1974


No hace mucho, en la eterna noche que gobernaba despiadada una vida huérfana de amor y ternura, una mujer soñó con la soledad y sus gélidas caricias. Caminaba errante y sin rumbo fijo, bordeando un seductor precipicio. Era angosto y estrecho el camino, mas el peligro no estaba en la cercanía del vacío, porque el vacío ya estaba instalado dentro de su alma.
“¡Cuánto duele esta soledad en compañía!”, arrasaban su rostro ríos de lágrimas en sueños.
Se despertó sin despertar, y se rompió en mil añicos. Con el corazón roto y el alma helada decidió ausentarse de la vida para dejar de sufrir. Se lanzó al vacío inundada de frustración. Estaba herida de muerte, la estocada de la impasibilidad y racionalidad de él habían sido certeras.
La fortaleza y la tozudez que siempre habían guiado su vida se adormecieron.
Su eterna lucha por vivir se convirtió en rendición. Se agotó intentando encontrar amor en el desierto de la crueldad y el egoísmo.
Se aferró a una imagen, a una sonrisa, a una mirada y a unas caricias que eran espejismos efímeros. Duraban lo que tardaba en gobernar el verdadero yo de él. Duro contrincante y eterno rival. Vencedor de esta batalla, eterno perdedor de la guerra.
Él es charco de emociones, ella océano. Se secó el charco, el océano permanece e inunda, se convierte en maremoto que sacude y acaricia geografías.

“Yo tenía una granja en África, a los pies de las colinas de Gongk...”, Isak Dinesen, “Out of Africa”.
Denys Finch-Hatton y la baronesa Karen Blixen.

Yo tenía un amor a los pies de las colinas de mi alma. Lástima que no exista Denys Finch-Hatton que regrese de safari en su avioneta; con sus tres rifles, su gramófono y Mozart, para recitarme ‘La canción del viejo marinero’ de Samuel Coleridge, lavarme el cabello y escuchar uno de mis relatos bien contados.


Mozart "Concierto para clarinete y orquesta K.622", BSO "Out of Africa" (ver vídeo musical).













"La canción del viejo marinero" de Samuel Coleridge. (Finch-Hatton y Karen Blixen).

domingo, 24 de febrero de 2008

"Sí, quiero"

Si no muero hoy, seré eterna a mi pesar.
Si no perezco esta noche, borraré el firmamento con mis lágrimas.
Si no me hundo al alba, esculpiré el agua con sueños imposibles.
Si no engendro vida, tu aliento será enemigo de la muerte.
Si no deseo vivir, tú serás tumba de mi placer.
Si el dolor se ceba en mí, serás paladín de una reina sin trono.
Si me pierdo en la noche del amor, me guiará el sabor de tu carne.
Si no soy, ni tan siquiera llego a ser, entonces dame el dulzor de lo no vivido, de lo que puede ser y me es negado.
Si no me deseas, dame un abrazo mortal, rodéame con tu desprecio y llévate mi último aliento a tu paraíso.
Si no puedo ser tuya, se pudrirá la miel y los gusanos serán alfombra bajo mis pies.
Si hoy, ahora, me dices cualquier cosa la creeré.
Si pudiésemos volver a empezar, sembraría de nuevo amor en la terraza de mi vida.


martes, 19 de febrero de 2008

"Vete"

"Entre sábanas"

Estas premonotorias palabras, escritas el 10 de agosto de 2007, ya son hoy una realidad.

Vete; el infierno es mío, la decisión tuya.
Vete; dejas ausencia, la llenaré con tu marcha.
Vete; prefiero llorarte, aborrecerte sería morir, otra vez…
Vete; seguiré caminando desnuda, pero con la lucidez de un enjambre.
Vete; abonaré la tierra de mis noches con el sonido de tu sexo y el semen que no me robaste.
Vete; el dolor de no estar contigo ahora es muralla, mañana fortaleza.
Vete; lameré mis heridas con la miel de tu sudor.
Vete; regaré mis pechos con la saliva de tus palabras.
Vete; beberé la tierra, comeré el agua y soñaré con serpientes enroscadas bajo mis sábanas.
Vete; pero no arranques los racimos de mis recuerdos.
Vete; y no vuelvas tu rostro hacia mí, no me arrebates la rabia y la vergüenza.
Vete; mastica tu crueldad con palabras no pronunciadas que pudrirán tu alma.
Vete; lo que no eres, hoy, ya lo sé; al fin.
Vete; lo que no se tiene no se puede perder.

Yo no te pierdo a ti, Antonio; tú, me pierdes a mí.

sábado, 12 de enero de 2008

"El entierro"

-Llego tarde, ¡seguro que llego tarde a la cena, joder! Y todo por culpa de aquel lerdo imprudente, me cago en la p… a punto he estado de matarme.

No cesaba de proferir improperios y maldiciones, al tiempo que su pie derecho pisaba el acelerador con rabia, como si de la cabeza del susodicho se tratase. Ese día, esa misma noche, cenaba con los padres de Nuria, sus futuros suegros; y tan importante como la cena era la sorpresa que tenía para ella. Aprovecharía la ocasión para pedirle que se casara con él. Instintivamente echó mano al bolsillo de su chaqueta, para cerciorarse, y… sí, allí estaba la cajita que ocultaba un exquisito anillo de pedida.

Nervioso desvió la mirada hacia su muñeca izquierda, donde con exacta precisión, el reloj le informaba que, por el tiempo que restaba, era posible llegar puntual. Un profundo y sonoro suspiro de alivio escapó de su pecho. Aflojó ligeramente la presión del pie sobre el acelerador. Las prisas nunca son buenas consejeras, pensó, y hoy no es precisamente buen día para tentar al diablo.

Ya faltaba poco.
Para su desgracia, apenas diez minutos duró su tranquilidad, el freno, por segunda vez, hubo de ser pisado a fondo.
Una oscura mancha humana caminaba despacio, ocupando toda la calzada de lado a lado.

-¿Será posible…!

Sacó la cabeza por la ventanilla para ampliar su campo de visión. ¡Lo que faltaba, un cortejo fúnebre! y ¡precisamente ahora que estaba a punto de llegar! ¡Dios!, ¿qué más puede pasarme hoy? ¡morirme y rematar así tan fatídica jornada!, su irritación iba in crescendo.

Detuvo el coche, dio marcha atrás y aparcó en un pequeño hueco que, casualmente, estaba vacío entre una larga hilera de coches.
Con rapidez recorrió mentalmente la distancia que tenía por delante; si me doy prisa, llegaré puntual, resolvió.
Cerró la puerta y con paso apurado emprendió el camino hacia la casa de sus futuros suegros. Para evitar que el lento caminar de la gente que acompañaba el sepelio le obligase a aminorar su paso, se dirigió hacia el lateral derecho de la calzada, subió a la estrecha acera y en señal de respeto agachó ligeramente la cabeza.

A punto estaba de rebasar el automóvil que contenía el féretro, en ese momento giró la cabeza, a saber por qué o a causa de qué; el caso es que su mirada se tropezó con la siguiente inscripción de una de las tantas coronas de flores que colgaban silenciosas de los laterales: “Tus padres que te quieren y no te olvidan”.
Lo típico de siempre en estos casos, pensó. La luctuosa ocasión no deja lugar a la originalidad, no.

Su mirada, distraída y curiosa, se paseó por la siguiente, que rezaba así: “Siempre te recordaremos. Tus amigos”.
Había una tercera que despertó su atención: “Miguel, no te olvidaré nunca…”
No pudo leer el mensaje completo, unas pequeñas ramas se habían enganchado en el lazo mortuorio y tapaban parte del texto. Será de su mujer, pensó, es lo más lógico.

¡Vaya, así que se ha muerto Miguel! ¡Pobre hombre! Sabía que estaba muy enfermo, y que desde hacía unas semanas estaba hospitalizado, o al menos esa era la información que había oído circular por el barrio días atrás.
Miguel, durante muchos años, había sido el portero de su edificio. Era un buen hombre, los recuerdos que tenía de él eran gratos y cálidos.
¡No somos nadie!, pronunció para sus adentros.

El morbo, la curiosidad, la sordidez… qué más da, hicieron que volviese su mirada en busca de la familia. Justo entonces una ráfaga de viento apartó las ramas que se habían enredado en el lazo de la corona, sus ojos se quedaron clavados en un nombre: “Nuria”.

No era Miguel, el portero, quien iba dentro de aquel féretro, no, claro que no.

Entonces la vio, los vio… a su novia, a su familia, a sus amigos, ellos eran los que presidían aquel triste cortejo.

Ese día, ese aciago día, era el de su entierro. Y, sí, él también se llamaba Miguel.


Jesus Christ Superstar (1973)
"Heaven on their minds" (Carl Anderson). Ver vídeo musical.