El ritmo se instala de nuevo en la ciudad, en el barrio; todo lo que había estado inanimado durante agosto va recuperando su pulso diario. Las vacaciones finalizan, el calor da sus últimos coletazos, las fiestas que se celebran ya son de despedida y la gente regresa a sus lugares de origen cargada de maletas, algunos kilos de más, un extra de recuerdos, de experiencias y pellizcos en el corazón de algún que otro nuevo amor o desamor... Otro verano que se va, otro año que ha comenzado su descenso para llegar a destino, donde pasará el testigo al nuevo que ya está ahí, agazapado, a la espera de que su turno llegue para hacerse un hueco en la historia.
¿Qué traerá consigo? Cuando nos toque turno, ya lo mascaremos. Es como estar en la cola del súper, esperando que corran los números hasta que aparezca el tuyo dentro de esa indiferente cajita digital, con sus puntitos de color rojo o verde, todos programados para que dibujen cifras, obedientes y sumisos, ellos.
Septiembre llama a la puerta. Faltan horas para que entre y deposite su equipaje. Un buen recibimiento: “Bienvenido, don Septiembre, ya estaba usted tardando… pase y póngase cómodo en su trono, reinará, un año más, durante treinta días.” Y… bueno, es por mí el mes del año más codiciado, y su llegada deseada, sí. Como el mesías de los meses. Es inevitable no hacer alguna vez o muchas algún tipo de concesión, que para algo están las debilidades humanas, para hacer mal uso de ellas.
Su reinado es “cuasi” taumatúrgico. Las ganas de hacer y de emprender nuevos proyectos brotan frescas, arrolladoras, como los manantiales cuando rompen la tierra y manan salvajes abriéndose paso, despejando incertidumbres y días opacos agostados por la luz cegadora de una canícula tirana.
No sé si este ferviente deseo de que llegue septiembre viene dado porque agosto provoca en mí un sentimiento de total rechazo, desidia e inactividad impuestas por el terrible calor, o, tal vez sea, porque yo he nacido en él, en el día que tiene lugar el equinoccio de otoño, no lo sé; o porque ocupa el noveno lugar entre los doce, y el nueve es uno de mis números favoritos. Pero, por ende, marzo, mayo y junio también lo serían… y no lo son.
No... es algo más. Septiembre abre las puertas al otoño, mi estación predilecta. El otoño es una estación productiva; invita, más bien te empuja, a hacer cosas. Viene cargado de ilusiones y nuevos proyectos. El año debería terminar el treinta y uno de agosto y comenzar el uno de septiembre, sí, creo que debería ser así. Todos esos buenos propósitos de los que nos pertrechamos a lo largo del año para pronunciar con solemnidad (y con la silenciosa seguridad de que se quedarán en eso) el último día de diciembre y en cada uno de los doce mordiscos que damos a las uvas, seguro que alguno que otro traspasaría el umbral de la realidad si el año nuevo comenzase en septiembre.
Septiembre huele a tiza y encerado; a la inefable goma de borrar “MILAN”; a madera y grafito de lápices esperando morir sobre el papel; a imprenta y tinta que inundan nuestra pituitaria cuando abrimos los libros, acercamos curiosa la nariz y dejamos que las páginas, corriendo traviesas bajo nuestros dedos, nos aguijoneen con su inconfundible olor "a nuevo"; a cuadernos con inquietas hojas blancas y en blanco, ansiosas por ser impregnadas de nuevos colores, nuevas sensaciones; a pegamento, incitador pegamento (“Imedio” o “Supergen”), daba igual la marca, lo de más era aquel olor que te seducía. Cierro los ojos, lo evoco y ahí está… el puñetero. Recuerdos deliciosos e ingredientes imprescindibles que acompañaban la vuelta a clase; a un nuevo curso, nuevas materias, nuevos conocimientos por adquirir y, a tu lado, compartiendo pupitre los mismos compañeros o casi los mismos. Profesores recién llegados; otros, viejos conocidos de años anteriores. Nuevos y viejos amores; nuevos y viejos sueños; nuevas realidades descubiertas, adolescencias que desbancan infancias...
Es el mes de novedades nostálgicas, de tardes tranquilas a la orilla de una taza de café, de baños templados de luz otoñal, de horas ocultas bajo las hojas que se desprenden de los árboles, de lecturas robadas al tiempo, de cálidos colores que se mastican, de voluptuosas texturas… eso es Septiembre, tiempo de golosas sensaciones, tiempo de redecorar el ático de tu vida.
Audrey Hepburn "Moon River" (vídeo musical).
jueves, 30 de agosto de 2007
"Septiembre"
Publicado por Cártobas en 13:58
Etiquetas: Esculpir en el tiempo.
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