jueves, 24 de abril de 2008

"El tirachinas"

"Asfalto y arena"

Se tumbó boca arriba sobre el colchón, apoyó la nuca sobre uno de sus brazos y dejó que su mirada vagara por el techo de la estancia recorriendo su perímetro. Una anodina bombilla pendía de un solitario cable desde el ¿centro?, sí, eso parecía; en torno a tan desoladora compañía, una espesa y sucia tela de araña vestía de encaje a la desnuda damisela. Seguro que la artífice de tamaña obra estaría oculta en sus aposentos, al acecho de que algún incauto insecto cayera presa de sus redes.

Aquella visión le condujo, sin pretenderlo, al ático de los recuerdos. Descorrió el telón y sobre el escenario apareció un mozalbete de unos trece años que, asomado a la ventana de su habitación, admiraba, el sublime canto y majestuoso plumaje de un pájaro, que día sí y día también, se posaba sobre la misma rama del árbol que se alzaba ante la fachada de su casa. Su presencia, que duraba escasos instantes, era un regalo para los oídos y la vista; y él, vanidoso y ufano, cuando se sabía centro de atención de la mirada del muchacho, levantaba el vuelo y desaparecía hasta el día siguiente.

La admiración se tornó en un obsesivo afán de posesión, ya no se conformaba con aquellos momentos de exquisito placer con los que le obsequiaba el ave, quería más, soñaba tenerla con él y para él, para siempre. Deseaba ser su dueño.
Dando por hecho que conseguiría su objetivo invirtió todos sus ahorros en la compra de una gran jaula y en acondicionarla para su futuro huésped.
Ahora, el próximo paso era preparar una trampa para cazarlo y así poder alojarlo en su nuevo hogar.
Lo intentó de una y mil formas, pero todo fue en vano. Una de dos, o él era demasiado lerdo o el maldito pájaro extremadamente astuto. Y, mal que le pesase, la evidencia se inclinaba por la segunda alternativa.

La frustración de no lograr lo que daba por hecho y de fácil consecución se volvió en su contra como arma arrojadiza. Cual veneno se mezcló con su sangre y contaminó su cerebro.
“Si no puedo tenerte, morirás”, vomitó para sus adentros desde el púlpito de la rabia.

Y llegó un nuevo día, y de su mano el fatal desenlace. La hora de la cita se aproximaba, él, como siempre, asomado a la ventana, esperaba su aparición. Un brazo apoyado sobre el alféizar; el otro, oculto tras la espalda, y la mano sobre un pequeño objeto que, previamente, había introducido en el bolsillo trasero izquierdo de su pantalón.

Puntual a su cita, acudió. Se posó en la misma rama, la de siempre. Hoy no había trampas ni engaños. Se confió, y decidió obsequiar al muchacho con su más bello canto.
Un certero golpe lo silenció para siempre, y con él la visión de tan hermoso ejemplar.

Su habilidad y excelente puntería con el tirachinas eran bien conocidas en todo el barrio. Muchos la habían padecido, otros tantos aplaudido. Ese día tampoco falló. Mató al pájaro y, con el tiempo, se dio cuenta de que también había muerto dentro de él la ilusión de la espera, del placer de escucharle, de verle, de disfrutar de una belleza que no estaba concebida para ser poseída.

La puerta de la celda se abrió y con ella se cerró el telón de los recuerdos.
No estaba allí por haber matado a un pájaro, claro que no.

A Laura sí había logrado conquistarla, seducirla y cazarla. Y en una jaula la encerró, porque la quería sólo para él. No deseaba compartirla con nadie. Y ella se dejó, confundió la posesión, la obsesión enfermiza de él por controlar su tiempo, dónde estaba y con quién estaba, con el amor. Lejos estaba de serlo; mas no supo, no pudo o no quiso verlo.

Hasta que un buen día, ella enfermó de tanta posesión y decidió volar. Quiso ser libre, no ser de nadie, ser de ella y para ella. Las jaulas, aunque sean de oro, son jaulas.
Y el mismo pensamiento que acudió a la mente de él cuando no pudo capturar al pájaro se repitió con su mujer: “si no puedo tenerte, morirás.”
Esta vez no utilizó el tirachinas, una certera puñalada en el corazón cercenó su vuelo y su vida.

Ahora era él quien estaba tras los barrotes de una jaula.
La puerta de la celda se cerró de nuevo y la luz de la anodina bombilla se apagó. Era de noche, fuera de la cárcel y dentro de ella. Lugar solitario.


Bob Dylan "I want you" (ver vídeo musical).