jueves, 30 de agosto de 2007

"Septiembre"

El ritmo se instala de nuevo en la ciudad, en el barrio; todo lo que había estado inanimado durante agosto va recuperando su pulso diario. Las vacaciones finalizan, el calor da sus últimos coletazos, las fiestas que se celebran ya son de despedida y la gente regresa a sus lugares de origen cargada de maletas, algunos kilos de más, un extra de recuerdos, de experiencias y pellizcos en el corazón de algún que otro nuevo amor o desamor... Otro verano que se va, otro año que ha comenzado su descenso para llegar a destino, donde pasará el testigo al nuevo que ya está ahí, agazapado, a la espera de que su turno llegue para hacerse un hueco en la historia.
¿Qué traerá consigo? Cuando nos toque turno, ya lo mascaremos. Es como estar en la cola del súper, esperando que corran los números hasta que aparezca el tuyo dentro de esa indiferente cajita digital, con sus puntitos de color rojo o verde, todos programados para que dibujen cifras, obedientes y sumisos, ellos.

Septiembre llama a la puerta. Faltan horas para que entre y deposite su equipaje. Un buen recibimiento: “Bienvenido, don Septiembre, ya estaba usted tardando… pase y póngase cómodo en su trono, reinará, un año más, durante treinta días.” Y… bueno, es por mí el mes del año más codiciado, y su llegada deseada, sí. Como el mesías de los meses. Es inevitable no hacer alguna vez o muchas algún tipo de concesión, que para algo están las debilidades humanas, para hacer mal uso de ellas.
Su reinado es “cuasi” taumatúrgico. Las ganas de hacer y de emprender nuevos proyectos brotan frescas, arrolladoras, como los manantiales cuando rompen la tierra y manan salvajes abriéndose paso, despejando incertidumbres y días opacos agostados por la luz cegadora de una canícula tirana.

No sé si este ferviente deseo de que llegue septiembre viene dado porque agosto provoca en mí un sentimiento de total rechazo, desidia e inactividad impuestas por el terrible calor, o, tal vez sea, porque yo he nacido en él, en el día que tiene lugar el equinoccio de otoño, no lo sé; o porque ocupa el noveno lugar entre los doce, y el nueve es uno de mis números favoritos. Pero, por ende, marzo, mayo y junio también lo serían… y no lo son.

No... es algo más. Septiembre abre las puertas al otoño, mi estación predilecta. El otoño es una estación productiva; invita, más bien te empuja, a hacer cosas. Viene cargado de ilusiones y nuevos proyectos. El año debería terminar el treinta y uno de agosto y comenzar el uno de septiembre, sí, creo que debería ser así. Todos esos buenos propósitos de los que nos pertrechamos a lo largo del año para pronunciar con solemnidad (y con la silenciosa seguridad de que se quedarán en eso) el último día de diciembre y en cada uno de los doce mordiscos que damos a las uvas, seguro que alguno que otro traspasaría el umbral de la realidad si el año nuevo comenzase en septiembre.

Septiembre huele a tiza y encerado; a la inefable goma de borrar “MILAN”; a madera y grafito de lápices esperando morir sobre el papel; a imprenta y tinta que inundan nuestra pituitaria cuando abrimos los libros, acercamos curiosa la nariz y dejamos que las páginas, corriendo traviesas bajo nuestros dedos, nos aguijoneen con su inconfundible olor "a nuevo"; a cuadernos con inquietas hojas blancas y en blanco, ansiosas por ser impregnadas de nuevos colores, nuevas sensaciones; a pegamento, incitador pegamento (“Imedio” o “Supergen”), daba igual la marca, lo de más era aquel olor que te seducía. Cierro los ojos, lo evoco y ahí está… el puñetero. Recuerdos deliciosos e ingredientes imprescindibles que acompañaban la vuelta a clase; a un nuevo curso, nuevas materias, nuevos conocimientos por adquirir y, a tu lado, compartiendo pupitre los mismos compañeros o casi los mismos. Profesores recién llegados; otros, viejos conocidos de años anteriores. Nuevos y viejos amores; nuevos y viejos sueños; nuevas realidades descubiertas, adolescencias que desbancan infancias...

Es el mes de novedades nostálgicas, de tardes tranquilas a la orilla de una taza de café, de baños templados de luz otoñal, de horas ocultas bajo las hojas que se desprenden de los árboles, de lecturas robadas al tiempo, de cálidos colores que se mastican, de voluptuosas texturas… eso es Septiembre, tiempo de golosas sensaciones, tiempo de redecorar el ático de tu vida.

Audrey Hepburn "Moon River" (vídeo musical).

domingo, 26 de agosto de 2007

"Para abrir boca, su sexo"


Dejaron de bailar y se dirigieron hacia la mesa, decidieron que ya era hora de marcharse. Él la invitó a su casa y ella aceptó, los dos sabían lo que querían. Bajaron en ascensor hasta el parking y subieron al coche. Puso el seguro a las puertas, mas no arrancó el motor; se giró hacia ella y la besó con deseo y pasión. Enterró su mano izquierda en el escote de su vestido y acarició sus pechos, ella cerró los ojos y dejó que el placer navegase a través de sus sentidos. Volvió en sí y le buscó con la mirada, agarró su camisa y tiró de ella hasta dejarla totalmente fuera, sus ansiosas manos buscaron el contacto de su piel y bajaron hacia su cinturón, lo aflojaron, desbrocharon el pantalón y se introdujeron en el ardor y firmeza de su sexo. Su miembro, completamente erecto, mostraba una gran excitación y ella sintió como la humedad de su sexo empapaba sus ingles.

-¿Qué te parece si nos vamos?, o acabaremos follando aquí mismo.

-Aquí no, mejor que no.

Arrancó el coche y salieron del parking camino de su casa. Una vez allí, y sin mediar palabra entre ambos, se encaminaron directamente hacia el dormitorio. Se desnudaron y acariciaron sus cuerpos con incontenida excitación. Él, recorrió sus labios con dedos ávidos que se introdujeron dentro de una cálida boca; ella los rodeó y succionó con la lengua. Acercó él su boca, sus lenguas se encontraron, se acariciaron y se enzarzaron en un húmedo juego; recorriendo cada uno el paladar del otro. Sus salivas se confundieron y por las comisuras de sus bocas se deslizaban como pequeños riachuelos. Sedientos de placer se bebieron el uno al otro, el fuego que los devoraba se alimentaba de su deseo.

Se apartó de ella, la tendió encima de la cama, y con la humedad de su lengua perfiló el contorno de su cuerpo. Acarició y estrujó sus pechos, humedeció con saliva sus pezones y los succionó suavemente a la vez que sus dedos se paseaban por el húmedo y caliente sexo de ella, que se convulsionaba de placer. Dos manos inquietas se deslizaron por toda su geografía masculina; irguió su cuerpo sobre la cama y acercó la boca al miembro de él, lo lamió con dulzura; sus ardientes labios enjugados en saliva envolvieron el glande con suma delicadeza, a la vez que su traviesa lengua lo rodeaba en círculos, lo succionaba para luego rodearlo de nuevo; tímidos mordiscos pellizcaban su carne provocando un rabioso y lacerante placer. Todo él se escondía dentro de aquella húmeda gruta, hasta la garganta pudo sentir su contacto y calor. Todo allí dentro era presencia.

Una placentera firmeza y sumisión derrotaba su pelvis, traspasaba fronteras, ascendía por la médula espinal y se depositaba bajo la nuca donde inyectaba rabiosa todo su veneno. Disfrutaba sintiéndose aprisionado entre lo dedos de la mano de ella, que al son de un ritmo silencioso comenzaban a danzar resbalando sobre un fluido salobre que se deslizaba sobre ellos. Saliva, fluidos, sudor, todo se confundía en elixir de sabores, de olores; salvaje y cruel pócima que trastorna y doblega sin compasión. Cables de acero semejaban sus músculos, una irrefrenable tensión sexual recorría su fibra cual descarga eléctrica. La sangre, tal parecía que se había concentrado en un solo punto, su miembro; allí pugnaba con furiosa violencia por expandirse.

Él, sintiendo cercana la eyaculación, se tumbó boca arriba, la sentó sobre sus caderas y lentamente se introdujo dentro de su hambriento sexo. Una oleada de feroz placer explotó en su interior al sentir como las paredes aterciopeladas de la vagina lo envolvían con una caníbal y sensual firmeza. Gemía ella como una posesa, moviendo rítmicamente sus caderas, al tiempo que sentía sus pechos aprisionados entre sus manos, pellizcados sus pezones por salvajes mordiscos; los dos estaban al borde de un profundo abismo de placer al que no dudarían arrojarse. Un voraz orgasmo engulló sus cuerpos.

Jamie Cullum "What a difference a day made" (vídeo musical).

viernes, 24 de agosto de 2007

"El suicida errante" | {segunda parte}

"El pasadizo"
Pasado el plazo de los siete días que le había dado Sebastián, pasó a recoger el colgante. No cabía duda de que su amigo era el mejor en su oficio, la talla era de una hermosura sin par, perfecta y exquisita. Corrió hacia su casa. Sacó de un estuche tres delicadas tiras de terciopelo con un cierre de plata en sus extremos, las pasó por el colgante y lo contempló extasiado. Satisfecho con el resultado, al mirarlo tuvo la certeza de que estaba hecho únicamente para ella. Lo guardó en una pequeña caja que él mismo había forrado con el terciopelo sobrante, se puso la capa y salió a la calle.

Irene no acudiría esa tarde a la tienda, le había dicho que tenía que ayudar a su madre en las tareas de la casa.“O ahora o nunca”, pensó y se encaminó hacia su casa. No quedaba lejos de allí, media hora de camino le separaban de estar con su amada. Ya ante la puerta agarró el aldabón y golpeó un par de veces, nadie acudió a abrirle. “Qué raro”, pensó, dentro se veía luz y eso significaba que había alguien. “Estarán en el cobertizo y no habrán escuchado la llamada”, Miguel decidió entrar; sus padres le consideraban un miembro más de la familia y desde que se había muerto su madre siempre se habían preocupado por él. Abrió y pasó a la estancia, que estaba en silencio y en orden. Dirigió sus pasos hacia la cocina, allí estaba la puerta que daba paso al cobertizo, se disponía a empujarla cuando oyó un leve y sordo ruido, se quedó quieto y agudizó el oído.

Transcurrieron varios segundos y, de nuevo, el mismo sonido, ahora algo más fuerte; esto le permitió identificar su procedencia: el piso de arriba. Subió las escaleras con cautela, a medida que se acercaba ya lo escuchaba con más nitidez, no estaba seguro pero juraría que alguien lloraba dentro del cuarto de Irene. Tuvo la certeza de que algo extraño estaba sucediendo cuando, frente a la puerta, comprobó que no era llanto sino gemidos lo que estaba escuchando. Algo en su interior le advirtió que no debía traspasar aquel umbral y, como una fatídica premonición, acudieron a su cabeza las palabras de su madre sobre la maldición del colgante. Haciendo caso omiso a su intuición comenzó a girar lentamente el pomo de la puerta, su corazón golpeaba tan fuerte que podía tocar sus propios latidos. Ya no había marcha atrás, entró en la estancia y ante la visión que allí se le presentaba quiso morir. Deseó que el mundo se abriese bajo sus pies y lo tragase.

Irene, sobre la cama y de espaldas a la puerta, gemía y se retorcía de placer, cabalgaba desenfrenada sobre quien le estaba haciendo el amor. Irene, su Irene… no podía dar crédito a lo que estaban viendo sus ojos; se sentía engañado, humillado y herido. Si hubiesen atravesado su pecho con cien espadas no hubiese sentido tanto dolor como el que ahora estaba carcomiendo sus entrañas. Sentía que se desmoronaba por dentro, su corazón se había roto en mil añicos. Desencajado el rostro por el dolor, palideció de celos y enloqueció. Inconscientemente echó mano a su navaja, aquella navaja que había utilizado tantas veces para pelar castañas se iba a convertir ahora en instrumento de la muerte. Lentamente se acercó a ellos, desde donde estaba ya podía ver la cara del otro, “¡Dios mío!”, pensó al reconocerle.
¡Era su amigo Sebastián!, el orfebre.

Ahora todo cobraba sentido. Irene se acostaba con un hombre casado y padre de dos hijos, por eso no podían hacer pública su relación, por eso ella insistía tanto y tanto en que no quería novio formal, por eso le había mentido tantas y tantas veces cuando como hoy le había dicho que no podía ir a su tienda. Agarró fuertemente la navaja y la abrió. Sebastián advirtió su presencia y sobresaltado se irguió sobre la cama, su rostro estaba lívido y el cuerpo inmovilizado por el terror. Irene volvió la cabeza y se llevó las manos a la boca para ahogar el alarido que acaba de proferir. Sin mediar palabra, Miguel se abalanzó sobre Sebastián y lo apuñaló en el pecho hasta matarle, doce veces, doce mortales puñaladas. Irene, dominada por el pánico e incapaz de moverse, siguió los pasos de su amante, de su corazón manaba un riachuelo de sangre, allí había enterrado Miguel a la muerte; su mirada, ahora fría y ausente de vida, reflejaba un terror indescriptible.

Ciego de dolor ante el cadáver de Irene, volvió la navaja hacia su cuerpo y con las pocas fuerzas que le quedaban la hundió en su vientre. Se dejó caer al lado de su amada y antes de morir acercó la boca a sus fríos labios para besarlos por primera y última vez. Cuenta la leyenda que el alma de Miguel, el suicida, está condenada a vagar errante eternamente para expiar su culpa. La tienda está maldita y todo lo que ella contiene mientras él habite allí. Redimirá su pecado y alcanzará la paz para su alma cuando consiga que el colgante, a través del amor verdadero, regrese de nuevo a la familia.

Carlos Núñez "Home da terra" (vídeo musical).

jueves, 23 de agosto de 2007

"El suicida errante" | {primera parte}

Esta historia tiene su comienzo unos cientos de años atrás. Todo sucedió en un día de diciembre del año 1697, muy cerca de la catedral de Santiago de Compostela. Miguel había heredado de sus padres una hermosa tienda en la que vendía delicadas joyas e indumentarias para peregrinos. Era un lugar muy concurrido por las adineradas damas de la ciudad y alrededores, en pocos lugares como aquel podían encontrar piezas únicas y de tan extraordinaria belleza, que luego lucirían orgullosas en fiestas y bailes. Miguel era un hombre respetado y querido por todos sus vecinos, su generosidad y carácter hospitalario eran conocidos entre los peregrinos, muchos eran los que habían dormido bajo su techo y compartido su comida.

En esta época del año y por las tardes, una vez cerrada la tienda, montaba un pequeño puesto de castañas en la esquina de Rúa do Vilar con Praza do Toural. Era un hombre feliz asando castañas y ofreciéndoselas a la gente que por allí pasaba, los niños le adoraban y siempre hacían cola para escuchar sus fantásticos cuentos. Cada día y, como si de un ritual se tratase, escogía una castaña, la pelaba con sumo cuidado y comenzaba su relato, afirmaba que entre los surcos se ocultaban oscuros secretos y antiguas leyendas.

Pronto cumpliría treinta y nueve años, no era un hombre especialmente guapo pero sí muy atractivo. En su rostro, de facciones angulosas, llamaban poderosamente la atención sus profundos ojos negros bajo los cuales se dibujaban unos gruesos y sensuales labios. Una melena de color azabache acentuaba su atractivo. Muchas mujeres suspiraban por él y hubiesen aceptado gustosas ser su esposa si se lo hubiese propuesto, pero Miguel sólo tenía ojos para Irene y estaba enamorado secretamente de ella.

Irene era una muchacha muy hermosa. Su exhuberante cabello, intenso en brillo y color como el mismísimo fuego, se derramaba indómito sobre sus hombros y acariciaba con voluptuosidad su cintura; en su rostro fino y alargado se anclaban unos hermosos ojos de color miel protegidos por unas largas y espesas pestañas. Aunque era muy delgada, tenía una grácil y sensual figura. Se conocían desde pequeños y, desde siempre, habían estado muy unidos; Irene decía de él que era su alma gemela, y nada le gustaba más que ayudar a Miguel en la tienda, porque según ella aquel lugar tenía algo mágico.

Una de las tareas que más le entusiasmaba era ayudarle a limpiar la fachada, hermosa talla en madera de un bosque de castaños que llamaba poderosamente la atención de todo los que por allí pasaban. Mucha gente acudía al lugar tan solo para admirar aquel delicado y soberbio trabajo. Irene no deseaba novio formal y él, ante el temor de ser rechazado, nunca se había atrevido a declararle abiertamente su amor. Una tarde, mientras ponía orden en la trastienda, encontró dentro de una vieja y olvidada caja de madera una hermosa piedra de ónix. Recordaba haber escuchado a su madre hablar de ella, era herencia de sus antepasados y tenía que pasar de generación en generación. Estaba obsesionada con el hecho de que nunca debería pertenecer a nadie que no fuese de la familia, si alguien rompía la cadena de sucesión una terrible y oscura desgracia caería sobre su persona y los suyos; y la piedra, a partir de entonces, elegiría a su propietario hasta regresar de nuevo a ellos.

Extraño cuento pensó Miguel mientras no dejaba de admirarla. De repente, el rostro se le iluminó, con esa piedra haría hermoso colgante y se lo regalaría a Irene en prueba de su amor. Estaba decidido a no llevarlo por más tiempo en secreto, estaba locamente enamorado de ella y quería proponerle matrimonio. Ese mismo día acudió a la tienda de su amigo Sebastián, el mejor orfebre de la región. Le mostró la piedra y le preguntó si podría tallarla en forma de castaña para un colgante. Sebastián accedió a su petición, aunque le dijo que tardaría una semana pues era un trabajo complejo y delicado.

Al día siguiente, engañando a Irene, le pidió si podía acompañarle hasta la tienda de al lado para ayudarle a elegir una pieza de terciopelo. Invadida por la curiosidad quiso saber para qué era y él le mintió contestanto que era un encargo de una clienta. Ella le creyó y aceptó, allí eligió una fina pieza de terciopelo negro, el de mejor calidad, el más suave y dulce al tacto. De regreso, no cabía en sí de gozo, ya veía el colgante en el cuello de su amada. Irene al verlo tan contento no pudo evitar pasar su mano por el cabello de Miguel, en un tierno gesto de afecto. Ante el contacto y el calor de sus dedos no pudo evitar estremecerse, y pensó que no era tan descabellado que ella sintiese lo mismo, quizás estaba a la espera de que fuese él quien diese el primer paso...
(continuará)

Ray Lamontagne "Crazy" (vídeo musical).

miércoles, 22 de agosto de 2007

"Agosto, Aversa cerrado"

"Taza anónima"
Recuerdo que recién aterrizada aquí en Barcelona, estrenando mi primera mañana en esta ciudad, salí de casa en busca de una cafetería en la que poder tomar buen café caliente. Pregunto al portero, que solícito me indica: “camine acera abajo hasta el cruce, allí gire a la izquierda, siga todo recto y, casi al final de la calle, encontrá alguna.”

Le hago caso y, tal como me aseguró, allí estaba, entre la peluquería y la pescadería del barrio. Empujo la puerta y entro. Hasta la bandera de gente. Un pequeño hueco, como entre dos parénteis, se abría en la barra; me apoyo y pido un café con leche corto de café a uno de los dos hombres que estaban atendiendo. Me gustó el café y me gustó el lugar. El café porque es italiano, de mis preferidos, y el lugar porque transmitía un "noséquécálidoqueteatrapa."

Y desde ese día hasta hoy he seguido yendo, y tomando café; a veces, algún sabroso “farcit”; otras, unas estupendas “amanidas”, y las menos, no porque no estén buenos sino porque son una auténtica locura lo ricos que están, los bizcochos y tartas, un auténtico lujo para el paladar. Nunca sucumbir a una tentación ha sabido tan bien y tan ricamente, ni regalarle a los sentidos esas mezclas de sabores y esas texturas ha sido tan deliciosamente pecaminoso.

Pero lo mejor del “Aversa”, que es así como se llama “mi cafetería”, son algunas de las personas que allí están o van. Cada una aporta algo y deja algo, aun cuando no está sigue estando.
Ahí reside la magia del lugar.

Y los magos que lo orquestan prácticamente todo son Bruno, el italiano silencioso, –así le he apodado-, centinela de la cafetera, y Luis, “Luisote” como cariñosamente le llamo. Energía vital en estado puro. Hasta el último detalle cuida, nada se le escapa. Todo está limpio e impoluto en su cafetería. "Aversa" es lo que es porque ellos le han dado vida propia, lo siguen haciendo cada día con su presencia y su buen hacer.

El café se ha convertido en algo secundario, ir a diario ya es un ritual; el día que falto a mi cita lo echo de menos, porque los quince o veinte minutos en los que su magia me rodea no tienen precio, son un bálsamo.

Entre las personas que por allí nos topamos a diario haré mención especial a una de ellas, porque especiales para mí son Alejandro y su “Humphrey”, el teckel más encantador que he conocido, apuesto y seductor perro donde los haya. Grata compañía la suya, sí, mucho; deliciosos los momentos que he compartido con ambos, y que confío se repitan.

"Aversa" habla, te habla; adivina cuando estás triste y te arropa; cuando te sientes sola, te hace compañía; cuando te ve alegre, se alegra contigo; cuando te falta ánimo, te da un empujón...

Es más que un lugar donde tomar café o comer, es el huequito del árbol por el que me cuelo para estar conmigo y no ser de nadie más, es mi escondite secreto. No me ven pero estoy ahí, acurrucada en mi rincón favorito y oculta bajo las páginas de algún libro que siempre me acompaña.

Y aquí estoy ahora, hoy... contando los días que faltan para que septiembre arranque del calendario este mes y así poder volver a mi cafetería, al "Aversa"; desayunar con el café que tan bien me sabe y rodearme de quienes aun estando ausentes no se habían ido del todo.
Ya falta menos…

Django Reinhardt & Stéphane Grappelli (vídeo musical).

martes, 21 de agosto de 2007

"Los recuerdos, rebanadas de nuestra vida"

"El péndulo"

¿Quién no ha recurrido a ellos en más de una ocasión para rescatar una sensación, un olor, un dolor, una imagen, un sabor, una compañía o una ausencia…?
Y si no somos nosotros quienes tomamos la iniciativa, son ellos los que, sin permiso, abren la maleta de la memoria, se cuelan traviesos y, corriendo, bajan las escaleras hasta el recibidor, donde nos inundan con su presencia y las sensaciones que traen consigo.

Los recuerdos son rebanadas de nuestra vida: dulces, saladas, amargas, ácidas, placenteras, dolorosas… Es cocina de autor, cada cual fabrica los suyos. El peligro que entrañan es que, si en lugar de picotear te alimentas de ellos, puedes llegar a convertirte en adicto y ellos en tu droga. Entonces dejarás de vivir, de tener presente y un incierto mañana.

No permitirán que te escapes fácilmente, te seducirán y te robarán hasta el último aliento. Cuando tienen el poder se convierten en vampiros insaciables del dolor, del placer y de realidades que no permitirán sean vividas. Dejan de ser recuerdos y se convierten en fantasmas del ayer que quieren dejar de serlo robando el hoy de tus días porque nuestra fragilidad es su sustento.

Con los recuerdos hay que hacer como con los miedos, no permitir que ocupen dentro de uno más espacio que el que les corresponde. Erradicarlos es imposible, pero sí se puede aprender a convivir con ellos siempre y cuando nosotros manejemos las riendas.
Cuántas veces no nos habremos sumergido en busca del elixir de una felicidad que conocimos y ahora añoramos o creemos necesitar. ¿Añoramos el recuerdo en sí, o la sensación que nos provoca cuando nos envuelve para volver a experimentarla?

No sé si existe la felicidad ni cómo se fabrica ni dónde se venden los moldes, pero lo que sí podemos lograr es ser lo menos infelices posible, ¿no creéis?

Un día menos infeliz puede llegar a ser lo más parecido a un día feliz. Recordar no es malo, siempre que tengas billete de vuelta.

Damien Rice at Four Seasons "I remember" (vídeo musical).

domingo, 19 de agosto de 2007

Nicolas de Stäel - [ El Cartoboscopio ]

Hay días en que la vida, para sorprendernos y recordarnos que hay momentos únicos que no se deben posponer porque el mañana no está garantizado, utiliza elementos tan cotidianos como el agua en forma de lluvia; acuoso y delicioso argumento.

Eso fue lo que me sucedió este jueves pasado. Llevaba tiempo barruntando entrar en "La Pedrera" para visitar la exposición de este pintor, mas nunca encontraba el momento, siempre lo retrasaba por algún motivo. Hete aquí que acompañada de un buen amigo y escapando del tremendo chaparrón que estaba cayendo, a escasos metros del edificio, propongo entrar. Qué mejor momento y qué mejor lugar para resguardarse de la lluvia.

Arriba, al final de las escaleras y a la izquierda, una enorme fotografía en blanco y negro del propio Stäel preside la entrada. Me impresiona su imagen, que atrae como un imán, es una sensación que no pasa desapercibida para quien mira más allá del simple papel. En su rostro adivino acertadamente que este hombre poseía una inagotable y arrolladora fuerza creativa.

Pasamos a la sala y comenzamos a pasear en silencio, porque así es como te deja la visón de sus obras. Destilan tanta fuerza y pasión que te sientes empujado hacia atrás en ti mismo. Su paleta se pasea sin miedo por el lienzo con una facilidad insultante, son trazos cortos, contundentes, duros. El espacio cobra vida y forma en cada composición, se puede oler la violencia creativa en su etapa de colores oscuros: rotundos, enérgicos, en busca del absoluto.

Sus estudios de desnudos al carboncillo son conmovedores. Dibuja el espacio que ha ocupado una mujer que nunca ha posado, la ausencia queda perfilada entre un paisaje de precisos trazos oscuros.

Maravillosa sorpresa la de este jueves, sí. Descubrir vidas y obras como la de Stäel hacen que te sientas menos sola, hubo otros que crearon para ayudarse a vivir, otros que expresaron en sus obras una pasión existencial que late después y más allá de la muerte; algunos lo intentamos...

"Toda la vida he tenido la necesidad de pensar en la pintura, de ver cuadros, de pintar para ayudarme a vivir, para liberarme de todas las impresiones, de todas las sensaciones, de todas las inquietudes para las que nunca he encontrado otra salida que la pintura.”
Nicolas de Stäel
(San Petesburgo,1914 – Antibes,1955)


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sábado, 18 de agosto de 2007

Cary Grant vs. Cary Grant - [El Cartoboscopio]

Pocas cosas hay tan gratas como toparse inesperadamente o esperadamente con la fascinante sonrisa de un fascinante hombre, grande él entre los más grandes. El glamour y la elegancia adquieren forma carnal en su persona. Su encanto natural traspasaba, traspasa todavía la pantalla. Él ya no está, pero nos ha dejado lo mejor: él mismo.

Qué mujer no ha deseado ser “su carita de mono” en “Sospecha”. Nadie como él para encarnar al inolvidable ex marido "C. K. Dexter Haven" en “Historias de Philadelphia”. Ni vestido con lencería femenina en “La fiera de mi niña” perdía un ápice de su encanto y atractivo, ni tan siquiera dando vida a “David Huxley”, paleontólogo tímido y despistado, cuya única preocupación era la clavícula intercostal de su brontosaurio; cuántas veces no habré canturreado al guepardo: “Todo te lo puedo dar menos el amor, baby…”

Aparte de esa maravillosa “bis cómica e irónica” supo interpretar a la perfección el lado oscuro en algunos personajes: soberbia la escena en la que sube las escaleras con el vaso de leche en la mano (“Sospecha”). En “Encadenados”, de Hitchcock, como “Devlin”, agente de inteligencia norteamericano, se enamora de "Alicia", hija de un espía nazi, a la que da vida una maravillosa Ingrid Bergman; aquí su interpretación es más contenida, alejada del Cary Grant de “Arsénico por compasión”, la deliciosa “Charada” o la magnífica comedia “Vivir para gozar”.

Quién no lo ha inmortalizado en su mente perseguido por aquella avioneta fumigadora en “Con la muerte en los talones”, de Hitchcock. Cómo olvidar el jugoso diálogo entre él y su madre en la película, Jesse Royce Landis (más joven que él por cierto); las escenas de amor con la no menos seductora y enigmática rubia Eve Marie Sant; la persecución en el Monte Rushmore; la escena en la ONU y toda la sucesión de equívocos que es la película desde que unos asesinos le confunden con el misterioso “George Kaplan", a él, “Roger Thornill”, que no es más que un inofensivo publicista.

En fin, son tantos y tan buenos los momentos que he pasado gracias a él y con él que ocupa un lugar privilegiado en ese pequeño mundo en el que guardo las cosas más selectas con las que me voy topando a lo largo del camino: mi “Cartoboscopio”.

Hitchcock que le conocía muy bien, no en balde era su actor fetiche, dijo acertadamente: “Podría seguir actuando con un huevo podrido en la cara y seguiría pareciendo tan fascinante como siempre”.

De toda su filmografía, ¿cuál o cuáles son vuestras películas favoritas?

Si quieres leer más sobre su biografía, filmografía y ver galería de fotos, pincha aquí.

viernes, 17 de agosto de 2007

"Atrapada"

"La melena de la muralla"
Atrapada; paseo descalza sobre las aristas desnudas de una ciudad desierta.

Atrapada; excavo la tierra con sueños, araño las piedras con sangre.

Atrapada; busco la llave de mi ataúd para enterrar el tiempo.

Atrapada; desafío a la gran dama que merodea envidiosa.

Atrapada; siembro árboles que susurran el sonido de la felicidad.

Atrapada; nudillos descarnados golpean este frágil cascarón.

Atrapada; me enfrento a los ardientes peldaños de mis días.

Atrapada; busco en el cajón tu mirada, allí las arañas tejen recuerdos.

Atrapada; alimento a los demonios con sangre inocente.

Atrapada; mendiga de palabras no pronunciadas.

Atrapada; vísceras habitadas por mariposas ciegas.

Atrapada; amores estériles y presentes cercenados.

Atrapada; estandarte de un ejército sin soldados.

Atrapada; estertor de viento, encubridor de placeres silenciosos.

Atrapada; alarido de mar que acaricia un rostro cubierto de barro.

Atrapada; danzo al son de una lágrima que se convierte en sal.

Atrapada; devoro ilusiones que trenzan el cabello de la imaginación.

Atrapada; traspaso tus labios con lanza húmeda.

Atrapada; tejo mi tiempo con las agujas del reloj de la soledad.

Atrapada; pinto el alma con colores invisibles que huelen a eternidad.

Atrapada; me asomo al balcón del mundo, miro hacia el infinito y descubro una flor.

jueves, 16 de agosto de 2007

"La embestida"

Ella sintió en su pelvis la erección de él.
-Quiero follar contigo, ahora, aquí... -ordenó provocadora.

"Epicentro"
La levantó en el aire, ella se agarró al cuello y rodeó su cintura con las piernas, cruzándolas detrás de su espalda para no caerse; aflojó los brazos y se soltó hasta sentir el miembro totalmente en su interior. Él se giró, apoyó la espalda de ella contra la pared y la embistió con salvaje ímpetu, al tiempo que ella se retorcía de placer. Sus pechos quedaban a la altura del rostro de él que acercó a ellos su boca. Los lamió, los mordisqueó y los succionó, mientras ella aceleraba sus movimientos para provocar más placer, y con él su orgasmo, que sacudió ambos cuerpos en bruscas convulsiones.

miércoles, 15 de agosto de 2007

"Como Alicia"

"El reflejo del tiempo"
Como Alicia; quiero mi país de las maravillas.

Como Alicia; anhelo traspasar el espejo de mi vida, quedarme para siempre en el otro lado.

Como Alicia; deseo estar siempre de “no cumpleaños”, me aterra caminar hacia el punto final de mi destino. Él se acerca, yo no quiero llegar.


Como Alicia; perseguiré la chistera de la felicidad.

Como Alicia; tendré mi reina de corazones que será rey. No me cortará la cabeza. Me helará el corazón.

Como Alicia; mordisquearé la seta de tu sexo, me haré pequeña para ser grande.

Como Alicia; despierto, abro los ojos y la chistera sigue ahí, esperando ser capturada…

Como Alicia; regreso, pero no me voy del todo, dejo el delantal al otro lado, colgado de la percha de mis sueños.

Como Alicia; suspiro una y otra vez, me miro en el espejo y no encuentro a la otra Alicia…

lunes, 13 de agosto de 2007

"Si"

Si no muero hoy, seré eterna a mi pesar.
Si no perezco esta noche, borraré el firmamento con mis lágrimas.
Si no me hundo al alba, esculpiré el agua con sueños imposibles.
Si no engendro vida, tu aliento será enemigo de la muerte.
Si no deseo vivir, tú serás tumba de mi placer.

Si el dolor se ceba en mí, serás paladín de una reina sin trono.
Si me pierdo en la noche del amor, me guiará el sabor de tu carne.
Si no soy, ni tan siquiera llego a ser, entonces dame el dulzor de lo no vivido, de lo que puede ser y me es negado.
Si no me deseas, dame un abrazo mortal, rodéame con tu desprecio y llévate mi último aliento a tu paraíso.
Si no puedo ser tuya, se pudrirá la miel y los gusanos serán alfombra bajo mis pies.

"Sexo en la maleta"

Eran casi las cuatro y media cuando entró por la puerta, él había llegado hacía unos minutos, fue hacia la habitación y comenzó a guardar su ropa en la maleta. Era hora irse.
Sintió que se acercaba por detrás, la agarraba por la cintura y se pegaba fuertemente contra ella con sensualidad, con deseo, con excitación. Derramó su cálido aliento sobre su cuello y comenzó a lamerlo desde la nuca hasta el lóbulo de su oreja, ella se abandonó a la humedad de su lengua recorriéndola. De nuevo bajó hacia la nuca, pero ahora mordisqueando su cuello, suave, más fuerte, de nuevo suave, y así una y otra vez.

Sintió que sus músculos no respondían, se habían aflojado de placer, no tuvo fuerzas para rechazar sus caricias, porque en el fondo las deseaba y las necesitaba. Sus ávidas manos que acariciaban sus pechos, se introdujeron bajo el jersey y desabrocharon el sujetador, los dedos buscaron sus erectos pezones, jugó con ellos, los rodeó, los pellizcó; una de sus manos comenzó a bajar hacia su vientre, desabrochó con habilidad su pantalón y se deslizó bajo sus bragas buscando el calor y la humedad de su sexo, sutil y lentamente comenzó a masturbar su clítoris.

De espaldas a él, desabrochó su pantalón, le bajó el slip y apretó fuertemente sus nalgas contra su caliente y erecto miembro, estaba ebria de excitación y deseo y no tardaría en correrse, sus jadeos eran cada vez más acelerados y profundos; se dobló sobre sí misma y él aceptó su invitación al paraíso del placer, introdujo su excitado miembro dentro del sexo de ella.
Comenzó a contonear sus caderas lentamente. Luego más rápido, mientras él con una mano se agarraba a su cintura y con la otra seguía masturbándola; un potente orgasmo estalló dentro de ellos.

Laxos por el intenso placer permanecieron en esa posición durante un rato, se resistía a separarse de ella, le costaba hacerse a la idea de que no podría verla en un tiempo, y aunque sabía que estaba en sus manos el poder hacerlo con más o menos prontitud no debía precipitarse, no deseaba volver a hacerle daño, ella no se merecía sufrir otra canallada suya.

Antes de despegarse la apretó con fuerza contra su pecho, era su despedida. Se volvió hacia él y correspondió a su abrazo, no se arrepentía de lo que había sucedido, los dos lo deseaban. Se abandonaron a la pasión y al fuerte poder de su sexualidad, gozaron juntos una vez más.

domingo, 12 de agosto de 2007

"El portón"

Caminaba entre callejuelas sudorosas y paredes exánimes, sus pasos sonaban huecos, vacíos... de vez en cuando se detenía y miraba en derredor suyo, escudriñando cada rincón, como si temiese encontrarse con algo o alguien; cerró los ojos y apretó fuertemente los dientes.

"No, no, no, esta vez lo conseguiré, lo haré", pensó para sí por enésima vez cuando se detuvo ante un viejo portón de madera.

Y, por enésima vez, no tuvo fuerzas ni valor suficiente para evitar traspasar el tentador, cálido y húmedo umbral que le ofrecía tan generosamente y a diario la mejor amiga de su madre.

sábado, 11 de agosto de 2007

"Área de descanso"

"MSP sobre blanco"

Saber que tan solo unos pocos kilómetros la separaban del lugar acordado acrecentó su nerviosismo, que a duras penas ya lograba contener aquella silenciosa pero cada vez más creciente excitación. “Y ¿si no está…? ¿y si todo ha sido un macabro juego?”, se preguntaba con insistencia cuanto más cercano estaba su objetivo.

Ante ella apareció una señal –la señal- que le indicaba que la zona de descanso más próxima se encontraba a 500 m; una cortina de fina lluvia la obligó a poner en marcha los limpiaparabrisas.
El desvío se dibujó con precisión ante sus ojos, giró el volante a la derecha y se introdujo en aquella oscura boca. Faltaban minutos para las tres de la madrugada.

Apagó el motor del coche pero mantuvo las luces encendidas, mientras su mirada escudriñaba a su alrededor en busca del otro vehículo. A escasos metros de donde ella estaba pudo identificar su presencia, tal y como le había indicado él estaba allí, en el interior de un coche negro.

Antes de abrir la puerta llenó de aire los pulmones y salió, una vez fuera comprobó que él había hecho lo propio. La luz reinante en el lugar era escasa, pero, a medida que se acercaban el uno al otro, no le impidió adivinar unas facciones angulosas y firmes.
El silencio reinante era desplazado a ratos por el fugaz y vertiginoso paso de los escasos vehículos que circulaban a esas horas por la autopista, que quedaba a su izquierda.

Sus pasos recortaban la distancia entre ambos. Ahora era el latido del corazón en su sien el único sonido que podía oír, desbocado y sin riendas a las que obedecer. Él se acercó en silencio y depositó un cálido e incitante beso en la comisura de sus labios; ella no supo responder, se limitó a capturar el turbador aroma que desprendía su cuerpo.

Sin mediar palabra, apoyó el cuerpo de ella sobre el capó de su coche y comenzó a desnudarla sin remilgos. Mientras la lluvia se confundía con sus salivas y humedecía los cuerpos, él desabrochó con precisión los botones de su vestido, retiró el sujetador y, únicamente, dejó indemnes sus bragas. Ella se dejó hacer sin rechistar y, al tiempo que sus manos eran las herramientas de su mente, le despojó de su camisa, cinturón y pantalón.

Sus bocas se buscaron y sus lenguas al encontrarse forcejearon con furia y pasión, navegando en un océano convulso y encrespado de salobres fluidos. Las manos de ambos eran bastón de ciego que abre camino, tocando, buscando, encontrado… unos erectos pezones, un cálido y húmedo clítoris, un ardiente y férreo miembro.
No cruzaron palabra alguna, sus profundos y abismales jadeos eran el único sonido que manaba de sus mudas gargantas.

El placer se podía palpar entre ellos, era espeso como una selva virgen y dulzón como el incienso; sabedores de la proximidad de su éxtasis decidieron que era momento de que su carnes se tocasen interiormente. Ella se volvió de espaldas a él, apoyó las manos en el capó del coche e irguió desafiante sus resbaladizas y desnudas nalgas hacia el excitado miembro que, a ciegas pero seguro, buscaba la entrada del pasillo que conducía hacia el final de aquella ansiada búsqueda.

Sus cuerpos, húmedos por el esfuerzo, el placer y la lluvia, se separaron. Sus miradas se encontraron y, sin apartase la una de la otra, obligaron a sus bocas a pronunciar en voz alta lo que su mente musitaba:

-El próximo viernes a la misma hora, Naray.
-Aquí estaré, Veliah.

Cada uno regresó a su respectivo vehículo, aunque el encuentro físico entre ambos no se produciría hasta una semana después, les quedaba, entre tanto otro medio; su alcahueta virtual: internet.

Y sus nicks eran la única y suficiente seña de identidad para localizarse en tan vasto y frío universo.

viernes, 10 de agosto de 2007

"Vete"

Vete; el infierno es mío, la decisión tuya.
Vete; dejas ausencia, la llenaré con tu marcha.
Vete; prefiero llorarte, aborrecerte sería morir, otra vez…
Vete; seguiré caminando desnuda, pero con la lucidez de un enjambre.
Vete; abonaré la tierra de mis noches con el sonido de tu sexo y el semen que no me robaste.
Vete; el dolor de estar contigo ahora es muralla, mañana fortaleza.
Vete; lameré mis heridas con la miel de tu sudor.
Vete; regaré mis pechos con la saliva de tus palabras.
Vete; beberé la tierra, comeré el agua y soñaré con serpientes enroscadas bajo mis sábanas.
Vete; pero no arranques los racimos de mis recuerdos.
Vete; y no vuelvas tu rostro hacia mí, no me arrebates la rabia y la vergüenza.


miércoles, 8 de agosto de 2007

"Una madre en paro o cómo guardar el cariño en un cajón y cerrarlo bajo llave."

Por motivos, que serían muy largos de contar, hace casi dos años que mi hija y yo no nos vemos.
Soy una madre que está en el más absoluto paro.

¿Que si es duro?
Me han despedido de mi puesto de madre sin derecho a subsidio, ni indemnización y con una muy dudosa readmisión.

Heme aquí con 27 años de experiencia y sin poder ejercer, en fin... que la vida sigue, a veces a nuestro pesar y el de nuestras miserias; con nosotros o sin nosotros, es implacable.

Que la quiero eso lo sabemos ambas y que ella a mí, también; aunque ahora esté tejiendo su mundo, en el cual, de momento, no tengo lugar ni cabida.

Mis mejores aliados ahora mismo son el tiempo y la escritura, ellos me han ayudado a atemperar los fantasmas del dolor y ahuyentar el vacío de su ausencia.
Nada es eterno; ni la vida ni el sufrimiento.

Bajo estas palabras laten dos vidas.


"Mi niña"

Mi niña, ay, mi niña,
cuán inmensa y dolorosa
es tu ausencia.

Me acecha día a día,
presta a devorarme
al menor síntoma de debilidad.

Pronuncio tu nombre
desde la melancolía
instalada en mi corazón
y la imagen que proyectan mis retinas
es la de una recién nacida
con trajecito azul,

Tú, mi niña.

Tú, que me has rescatado del abismo,
una y otra vez.

Luz en mi oscuridad,
agua que ha regado mis yermos días,
horizonte hacia el cual he dirigido mi brújula,
motor de virulenta y atormentada vida.

Te quiero, mi niña,
aquí, en este mundo,
y más allá de la eternidad,
porque ni la muerte podrá impedir
que te siga protegiendo.


"La silla de Pilar"

[ Cuento no finalizado, en breve lo publicaré. ]


domingo, 5 de agosto de 2007

Mi Asazbrería: John Banville | [ El mar ]

En la repisa de mi alma siempre habrá cabida para personajes esculpidos a golpe de latido, historias cinceladas con palabras y vidas que fabrican colores para romper el blanco de su lienzo.

Cientos de páginas esperando ser interpretadas, leídas, abosorbidas... tinta deseosa de ser aspirada en la lectura, fragancia seductora que se aferra a lo sentidos cual cachorro a su madre.
Libros que son tesoros; algunos encontrados, otros deseosos de ser hallados.

Una persona, a la que tengo en gran estima (Sara_P), me ha recomendado este autor y título: John Banville, "El mar".

Buceando por este vasto y prolífico océano que es internet, me he topado con artículos muy interesantes sobre este autor, su obra y vida.

Estoy ansiosa por descubrir quiénes habitan bajo su portada y comenzar a caminar sobre la campiña fragante de sus páginas impresas.

Presiento que formará parte de mi "Malibroleta".

Hasta más vernos, si hay alguien a quien ver o leer..., pues.

"Un orgasmo y un café"

Salió tan apresurada y absorta del ascensor que la colisión frontal fue inevitable, el desconcierto fue mutuo. Levantó la mirada con la intención de pedir disculpas, pero tan sólo logró articular un débil: “Lo siento”. Unos carnosos y sensuales labios esbozaron una leve sonrisa sin pronunciar palabra alguna, el encuentro de ambas miradas convocó una intensa oleada de calor que se concentró en su espina dorsal. Fueron tan sólo unas décimas de segundo, pero suficientes para turbarla; se apartó para dejar paso al resto de la gente y prosiguió su camino, no sin antes volver la cabeza, con la no confesada esperanza de verle por última vez. Ya no estaba.

En las horas siguientes, por más que lo intentó, fue incapaz de apartar de su mente la imagen de aquella incitante boca, cuanto más se esforzaba por olvidar lo sucedido más aumentaba su deseo y su excitación; sus ingles estaban húmedas y sus labios resecos de tanto morderlos; su apetito sexual se había despertado y necesitaba ser saciado, ¡ya!, en ese preciso instante. Pero, ¿dónde…?

Como empujada por un extraño resorte, buscó la cafetería más cercana y se fue directamente al baño, cerró la puerta y con ella sus ojos; evocó mentalmente aquel encuentro mientras su mano derecha se deslizaba lenta por su vientre hasta topar con su excitado clítoris. La mano izquierda se enterró en su sujetador y sus dedos acariciaron y pellizcaron hábilmente su pezón; todavía recordaba cómo y dónde tocar, después de tanto tiempo. El dedo corazón de la mano derecha comenzó a moverse en círculos, lentamente, quería disfrutar, el contacto con aquel extraño había despertado en ella pasiones dormidas, olvidadas y dadas por muertas. Deseó besar sus labios, resbalar por el contorno de su carne, que sus salivas y sus lenguas se encontrasen; cuánto más pensaba en ello más se intensificaba su placer, sentía que el orgasmo pugnaba por estallar dentro de ella, pero lo frenó, deseaba disfrutar más de aquel momento. El deseo dominaba sobre la mente y comenzaba a proyectar imágenes y sensaciones como si de una película se tratase; aproximó su pelvis a la de él, y en este contacto sintió la firmeza de su miembro.

Sus dedos, empapados, respondían a unas desconocidas órdenes, ella ya no llevaba la batuta en aquella situación, se dejaba llevar. Un convulso y potente orgasmo le recordó que la bestia estaba tan sólo dormida.

Salió del baño con una contenida sonrisa de satisfacción dibujada en sus labios, se sentó en la mesa más cercana y pidió un café.

sábado, 4 de agosto de 2007

"El Cuchillo"

No pudo evitar sentir un doloroso y, a la vez, placentero escalofrío cuando el cuchillo, que sostenía en su mano derecha, se introdujo sin compasión en el interior de un jugoso solomillo que reposaba sobre el plato, y que minutos antes había depositado sobre la mesa un atento y solícito camarero.

Acudieron a su mente, como convocados por un invisible y desobediente impulso, aquellos espesos y turbadores recuerdos que tiempo atrás había decidido encerrar en el desván del olvido y la desmemoria… ante una visión como aquélla, ¿le sucedería a él lo mismo?, ¿su mente se inundaría, sin pudor ni recato, con aquellos momentos tan intensos como peligrosos, tan excitantes como atormentadores?

Se había jurado a sí misma que, a partir de aquella nefasta y aciaga noche, no permitiría que su imagen ocupase tan sólo una migaja de su tiempo; pero hoy, después de casi un año, faltaba a su promesa con una inusitada resignación y, casi inconfesable, regocijo…

Y aquella noche acudió presta y obediente a su silenciosa llamada: allí estaban los dos, desnudos, sobre un desnudo y pétreo suelo; él apoyaba firme, con su mano derecha, un afilado cuchillo sobre su frágil y tenso cuello, mientras, con su mano izquierda, guiaba su ciego y erecto miembro que buscaba desesperado y ansioso la entrada que daba paso a su interior. El terror era tan efectivo como las más gruesas de las cadenas, ella permanecía inmóvil ante las desesperadas intentonas de él por penetrarla. Sus ojos se resistieron a permanecer cerrados por más tiempo e izaron los párpados para toparse de frente y dar forma a aquella figura que la estaba intimidando e intentado violar contra su voluntad.

La visión fue un impacto sexual, como inquietante su atractivo, y no pudo evitar sobresaltarse; él interpretó este movimiento como un intento de evasión por parte de ella y, en un acto reflejo e involuntario, hundió el cuchillo en su cuello… la sangre comenzó a brotar libre y sin reparos.

Una mezcla de lacerante dolor e insultante placer manó de aquella herida y se extendió con una rapidez desconcertante por todo su cuerpo, ya no estaba segura de no querer resistirse, ya no estaba segura de nada, ni tan siquiera de sí misma ni de aquella carcasa, llamada cuerpo; que respondía sin su autorización y de una forma totalmente equívoca a esa agresión. Él pudo oler su excitación y hábilmente, lejos de aflojar la presión sobre su cuello, se empleó a fondo con calculada temeridad. Y cuanto menos temeroso era él, más disfrutaba ella; cuantos lugares de su cuerpo recorría aquel arma, más intensos eran sus orgasmos.

Una lejana voz la arrebató y la trajo consigo a la realidad de aquel caliente y jugoso solomillo, era el camarero que le preguntaba si deseaba más vino. Con un no por respuesta extrajo de su bolso un pequeño espejo, y lo dirigió hacia su cuello para comprobar que el pañuelo que lo rodeaba impedía con precisión que aquella profunda y extensa cicatriz asomase al exterior.

Podría ocultar lo que por siempre sería eterno vestigio y recuerdo palpable de aquel encuentro, pero jamás podría enterrar la verdad y su sabor agridulce.

"Dulce locura"

Dulce locura; verdugo de mis tristezas, cortesana de mi contento.

Dulce locura; amante despechada de mis noches no compartidas, tirana de un amor infinito.

Dulce locura; rostro del tormento, vestimenta de mi vergüenza.

Dulce locura; morada en la que habitan monstruos y enemigos.

Dulce locura; mujer que debo ser, barquero que me guía con su candil.

Dulce locura; religión que profeso, pecadora irredenta de mentiras transparentes.

Dulce locura; tienes nombre, sexo y edad, ¿qué no tienes que me engañas?

Dulce locura; si te vas, déjame muerta, dame la vida.

Dulce locura; tierra abonada con fluidos imperfectos.

Dulce locura; azote de predadores, escudo protector de mis debilidades.

Dulce locura; madre de mi orfandad, paraíso de pudores no confesados.

Dulce locura; hombre travestido, engaño que seduce en el desierto del deseo.

Dulce locura; retrasa mi muerte, pero no pongas precio a mis días.

Dulce locura; lágrimas que se enredan como cadenas en la nieve de mis cabellos.

Dulce locura; no me abandones, morderé la hiel de la soledad infinita.

Dulce locura; canto de sirena al otro lado de la pared, espejo de números, lazo de palabras.

¿Soy mujer, dulce locura? ¿lo soy…?