lunes, 31 de marzo de 2008

"Resistir"





















"Senda iluminada"

¿A qué sabe el dolor?
Muerdo mi carne herida
y vuelvo a la niñez.
Al primer beso,
a la primera caricia,
que abren la senda del placer.
Piel contra piel,
desnudez sobre desnudez.
Fluidos desconocidos que embriagan,
seducen y trastornan.

Mastico la rabia
y desafío desde mis cenizas a la frustración.
Abro puertas bajo mi piel,
para vomitar el veneno
que han inoculado tus besos.

Hoy, al fin, me he curado de ti,
he combatido la fiebre de mis noches
y el tormento de mis días
resistiendo,
porque la enfermedad eras tú.

Me abrazo a la soledad de mi presente,
triste, pero fuerte,
herida, pero orgullosa.
Soy reina de un fértil reinado.
Tú, vasallo de tu cobardía.

Huérfanos tus días
caminarán, pisando siempre
la hojarasca de placeres indómitos, únicos.
Añicos son hoy.
Recuerdos que abrasarán tu alma como penitencia,
por toda la eternidad.

Se abrirán llagas bajo tus pies,
lágrimas de nostalgia regarán la tierra,
y no brotará nada,
porque destrucción
es el manto bajo el que te envuelves,
cabalgas sin rumbo a lomos de la necedad
maquillada de arrogancia.
Feroz corcel, débil jinete.

El minúsculo caracol deja un rastro de baba,
tus huellas son efímeras,
pobres y huecas
las borrará el viento del olvido
y la desmemoria.

Estás condenado a no olvidar
el sabor, el olor y el cómo.
Tu indiferencia de hoy
es abono de los lamentos de tu mañana.


David Bowie "Ashes to ashes" (ver vídeo musical).











lunes, 17 de marzo de 2008

"La capilla"

"La capilla"

Desde hacía un año era el responsable de la pequeña “Capilla del Santísimo” que se albergaba en la basílica. Faltaban ya pocos meses para su ordenación como sacerdote. Se sentía feliz y, a la vez, nervioso por la cercanía de este acontecimiento.

Lo que no sabía es que la vida estaba a punto de someterle a una dura prueba.
Aquel sábado, cercana la hora del cierre, reparó en la figura de una mujer que estaba sentada en el banco de la segunda fila, a la derecha del altar.
Arrimada a la esquina que daba al pasillo, casi hecha un ovillo sobre sí misma, apenas levantaba la cabeza durante el tiempo que permanecía allí dentro.
Pasada casi una hora, y antes de salir, se ponía unas oscuras gafas de sol y salía tan silenciosa como había entrado.

Y durante los tres meses siguientes la mujer no faltó a su cita. Siempre a la misma hora, en el mismo solitario lugar y adoptando la misma postura silente.
Lo que al principio nació como curiosidad con el tiempo se fue transformando. Se engañaba a sí mismo pensando que era puro interés cristiano lo que le movía a estar allí puntual cada sábado, a la misma hora que sabía ella llegaría. Nunca le había visto el rostro, mas presentía que los oscuros cristales de sus gafas ocultaban una profunda tristeza, estaba convencido.

Llegó el día en que se encontró a sí mismo consumido por el fuego de la espera, contando uno tras otro los días que faltaban para volver a verla. Las semanas se hacían eternas, parecían meses, años. Las noches eran un tormento para su mente, a la que acudían sin ser llamados pensamientos que tomaban forma en su cuerpo. La sangre se concentraba en su pelvis como un caballo desbocado y salvaje. La carne se hacía cada vez más fuerte y robaba terreno dentro de su ser. Pensar en ella y tocarse era todo uno.

Todo su mundo, sus creencias, su fe, se estaban desvaneciendo como una cortina de humo. ¿Qué le estaba sucediendo? ¿cómo luchar contra lo desconocido? ¿cómo vencer lo que parecía invencible?

El tormento crecía en la misma medida que el deseo. No sabía si estaba pecando, porque él no había fomentado ese sentimiento, ¿cómo sentirse pecador de algo no buscado ni propiciado? Y aun así sabía que estaba cometiendo pecado por sentir lo que sentía.
¡Dios! ¿qué me está sucediendo y por qué?, se preguntaba. Y rezaba, rezaba pidiendo fuerzas a Dios para poder soportar y resistir. Mas sus oraciones parecían no ser escuchadas. Allí, dentro de él, permanecía aquel fuego que, lejos de apagarse, cada día crecía y se alimentaba con la necesidad de volver a verla.

Llegó el sábado en que decidió adentrarse en su infierno para luchar contra el demonio de la carne. Vencer o morir. No podía ser de otra forma.
Puntual como siempre, y el mismo sitio, allí estaba. Ahora la miraba con otros ojos, se fijó en su ropa, su cuerpo, su cabello. Se dio cuenta de que la miraba como hombre y no como alguien que estaba a punto de ser sacerdote.

No supo cómo lo hizo pero se encontró sentado detrás de ella. Se desplazó hacia el lado derecho del banco para poder mirarla mejor. Tenía un perfil grave. En un momento que alzó la cabeza hacia el altar pudo comprobar cuánta tristeza destilaba su mirada.
Sus manos, apoyadas la una sobre la otra, se daban calor y apoyo; tal vez el que ella no tenía.

Se levantó, y, como siempre hacía, se puso las gafas, recogió su bolso y se encaminó hacia la salida. Absorta en sus pensamientos no advirtió su presencia.

Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el altar, se quitó la sotana, la ocultó tras una columna y salió en su busca. Sabía que salía siempre por una de las puertas laterales de la basílica y hacia allí dirigió sus pasos. Salió al exterior, bajó apresuradamente las escaleras al tiempo que la buscaba con la mirada. Caminaba calle arriba, hacia la avenida principal.

Se dejó estar a una distancia prudencial, aunque estaba tranquilo pues sabía que no corría peligro de ser descubierto. Al menos, no por ella.
Entró en una cafetería y se sentó al fondo, a una mesa que estaba arrimada a la pared.
Él hizo lo propio, pero justo enfrente.

Fingiendo mirar la carta, desvió la mirada hacia su mesa. Oyó cómo pedía un café al camarero. Él, también, pidió lo mismo.
Ahora, o nunca; se dijo. Se levantó y, con paso firme, fue donde ella estaba.

-¿Puedo invitarla? –las palabras salieron solas sin pedir permiso.

Ella levantó la mirada hacia él. Sorprendida por la invitación, la educación y formas de aquel muchacho no pudo por menos que sonreír y aceptar con una inclinación de cabeza.
Arrimó una silla a la mesa y se sentó a su lado. Y tras la silla vinieron horas de conversación y tras la conversación la inevitable salida del local.

-Me gustas –dijo ella.
-Y tú a mí –respondió él.

Y en la cama de la habitación de un hotel cercano él conoció el sabor de la carne y encontró las respuestas a todas las preguntas que hasta ese día le habían atormentado.
Tras la columna del altar se quedó para siempre la sotana.


Eagles "How long" (ver vídeo musical).

jueves, 13 de marzo de 2008

"Para abrir boca, su sexo"

" A ti"

A ti, que todavía te escondes bajo las páginas de un libro, solitario caminante de mis madrugadas insonmnes. Te confundí con otro, con una mentira, un espejismo; burda imitación. O, tal vez, me autoengañé queriendo pensar que te había encontrado en lo que no era más que una pantomima, perniciosa y necia, con ínfulas de nobleza. Sé que todavía estás ahí, te espero. Cuando aparezcas, serás tú quien me reconozca, ahora te toca a ti mover ficha.
Yo te he creado, tú has de dar el paso de tomar forma humana y buscarme.
Es mi tiempo, y este relato lo llevaré a la realidad contigo.


Dejaron de bailar y se dirigieron hacia la mesa, decidieron que ya era hora de marcharse. Él la invitó a su casa y ella aceptó, los dos sabían lo que querían. Bajaron en ascensor hasta el parking y subieron al coche. Puso el seguro a las puertas, mas no arrancó el motor; se giró hacia ella y la besó con deseo y pasión. Enterró su mano izquierda en el escote de su vestido y acarició sus pechos, ella cerró los ojos y dejó que el placer navegase a través de sus sentidos. Volvió en sí y le buscó con la mirada, agarró su camisa y tiró de ella hasta dejarla totalmente fuera, sus ansiosas manos buscaron el contacto de su piel y bajaron hacia su cinturón, lo aflojaron, desbrocharon el pantalón y se introdujeron en el ardor y firmeza de su sexo. Su miembro, completamente erecto, mostraba una gran excitación y ella sintió como la humedad de su sexo empapaba sus ingles.

-¿Qué te parece si nos vamos?, o acabaremos follando aquí mismo.

-Aquí no, mejor que no.

Arrancó el coche y salieron del parking camino de su casa. Una vez allí, y sin mediar palabra entre ambos, se encaminaron directamente hacia el dormitorio. Se desnudaron y acariciaron sus cuerpos con incontenida excitación. Él, recorrió sus labios con dedos ávidos que se introdujeron dentro de una cálida boca; ella los rodeó y succionó con la lengua. Acercó él su boca, sus lenguas se encontraron, se acariciaron y se enzarzaron en un húmedo juego; recorriendo cada uno el paladar del otro. Sus salivas se confundieron y por las comisuras de sus bocas se deslizaban como pequeños riachuelos. Sedientos de placer se bebieron el uno al otro, el fuego que los devoraba se alimentaba de su deseo.

Se apartó de ella, la tendió sobre la cama, y con la humedad de su lengua perfiló el contorno de su cuerpo. Acarició y estrujó sus pechos, humedeció con saliva sus pezones y los succionó suavemente a la vez que sus dedos se paseaban por el húmedo y caliente sexo de ella, que se convulsionaba de placer. Dos manos inquietas se deslizaron por toda su geografía masculina; irguió su cuerpo sobre la cama y acercó la boca al miembro de él, lo lamió con dulzura; sus ardientes labios enjugados en saliva envolvieron el glande con suma delicadeza, a la vez que su traviesa lengua lo rodeaba en círculos, lo succionaba para luego rodearlo de nuevo; tímidos mordiscos pellizcaban su carne provocando un rabioso y lacerante placer. Todo él se escondía dentro de aquella húmeda gruta, hasta la garganta pudo sentir su contacto y calor. Todo allí dentro era presencia.

Una placentera firmeza y sumisión derrotaba su pelvis, traspasaba fronteras, ascendía por la médula espinal y se depositaba bajo la nuca donde inyectaba rabiosa todo su veneno. Disfrutaba sintiéndose aprisionado entre lo dedos de la mano de ella, que al son de un ritmo silencioso comenzaban a danzar resbalando sobre un fluido salobre que se deslizaba sobre ellos. Saliva, fluidos, sudor, todo se confundía en elixir de sabores, de olores; salvaje y cruel pócima que trastorna y doblega sin compasión. Cables de acero semejaban sus músculos, una irrefrenable tensión sexual recorría su fibra cual descarga eléctrica. La sangre, tal parecía que se había concentrado en un solo punto, su miembro; allí pugnaba con furiosa violencia por expandirse.

Él, sintiendo cercana la eyaculación, se tumbó boca arriba, la sentó sobre sus caderas y lentamente se introdujo dentro de su hambriento sexo. Una oleada de feroz placer explotó en su interior al sentir como las paredes aterciopeladas de la vagina lo envolvían con una caníbal y sensual firmeza. Gemía ella como una posesa, moviendo rítmicamente sus caderas, al tiempo que sentía sus pechos aprisionados entre sus manos, pellizcados sus pezones por salvajes mordiscos; los dos estaban al borde de un profundo abismo de placer al que no dudarían arrojarse. Un voraz orgasmo engulló sus cuerpos.


Janis Joplin "Cry baby" (ver vídeo musical).

domingo, 9 de marzo de 2008

"El vecino"

Entró en el solitario ascensor. Pulsó el botón que marcaba el 4, la máquina, obediente, comenzó su ascenso. Apenas unos segundos más tarde se detuvo en destino. Justo en el mismo momento que ella salía al rellano, el vecino que vivía enfrente de su puerta hacía lo propio. Casi se toparon de bruces. Ella, cargada con bolsas de la compra, dio un respingo, él con una maleta de viaje, maletín y un abrigo no supo qué decir. Sus miradas se encontraron durante unos segundos. Apresurado se disculpó y con rapidez se introdujo en el ascensor.
¡Caramba, al fin te conozco!, pensó.

Llevaba dos meses viviendo en aquel piso y todavía no conocía a ninguno de los vecinos de su misma planta. Lo único que sabía del vecino con el que acababa de toparse era que tenía una vida sexual muy, pero que muy activa. Sus dormitorios daban pared con pared, e incluso intuía que la cabecera de ambas camas se apoyaban contra la susodicha.
En más de una ocasión y ante la imposibilidad de dormir, dado el revuelo sexual que al otro lado tenía lugar, había optado por pasar la noche en el sofá.

Se oía de todo: jadeos, frases en voz baja pero fácilmente descifrables, y, sobre todo, el ritmo. Hubo noches en que se dedicaba a adivinar cuándo terminaría la faena. Cuando el movimiento se aceleraba, había orgasmo. Fin, a dormir.
Aunque esas eran las menos de las veces, pues siempre repetía, dos, tres…
¡Qué máquina el tipo! ¡coño!, que una no es de piedra. Además su vida sexual, desde hacía no sabía ya cuánto, estaba bajo mínimos, inexistente. Tiempo hacía que no probaba carne fresca.

Introdujo la llave en la cerradura, abrió la puerta y entró. Se detuvo un instante en el recibidor y recordó lo sucedido: “pues sí que es atractivo el puñetero”.
Pasaron los días, y la anécdota cayó en el olvido, ella volcada en su trabajo y viajando mucho; aquel mes había sido demoledor, muchas reuniones y proyectos a desarrollar.

¡Por fin en casa!, suspiró cuando cerró la puerta tras de sí. Dejó las maletas en el suelo y lo primero que hizo fue subir persianas y abrir ventanas, necesitaba aire fresco.
Hecho esto el paso siguiente era una buena ducha. El baño de su habitación daba a un patio interior y la ventana de éste estaba justo enfrente de la de su vecino, las ventanas de sus dormitorios pegadas la una al lado de la otra, todas formando una U.

Estaba a punto de entornarla cuando reparó que enfrente, también en el baño, alguien se estaba desnudando. Era él. Instintivamente se apartó y se arrimó a la pared para no ser vista. No pudo evitar volver a asomarse, despacio y con el temor de ser pillada in fraganti.
Tenía un cuerpo hermoso, deseable, era alto, moreno y ni un gramo de grasa asomaba en su geografía. Se cuidaba mucho no cabía duda.
Se estaba excitando y no se daba cuenta. Aquella visión había despertado su aletargado apetito sexual.

Se permitió asomarse un poco más, y justo en ese instante él giró la cabeza hacia ella.
Su presencia había sido descubierta, ya no sabía si estaba colorada por la vergüenza o por la excitación, el caso es que lejos de apartarse permaneció allí.
Ella sabía que él sabía que lo estaba mirando. Entendió su juego. Se introdujo en la ducha y comenzó a enjabonar su cuerpo. Aquello la turbó por completo. No pudo evitar que sus manos comenzaran a viajar por su cuerpo. Si él se acariciaba el pecho, ella le respondía haciendo lo propio acariciando sus pezones; la estaba instando a obedecerle e imitar sus gestos.
Las manos de él se encontraron con su miembro, jugaron, resbalaron sobre él con el jabón y la excitación no solo creció en ella. La erección de él era más que evidente.
Su mano derecha bajó en busca de su clítoris, húmedo, excitado y caliente. Sentía que estaba a punto de estallar de placer.

Él en ningún momento había vuelto la mirada hacia ella. Continuaba con su juego, provocador y sabedor de lo que estaba sucediendo al otro lado. Su mano derecha agarró con precisión su miembro y comenzó a seducirse, a jugar, a danzar, ora rodeaba el glande con dulzura, ora su mano subía y bajaba por su geografía. Al principio más lento, ahora más rápido. Ella le seguía, no podía apartar la mirada de aquella visión, estaba como hipnotizada.

De repente, él se detuvo. Salió de la bañera, cerró la ventana y desapareció. Ella se quedó durante un rato pegada a la pared, desnuda, húmeda e inmóvil, sin saber qué hacer ni qué pensar.

El sonido del timbre de la puerta la devolvió a la realidad. Desorientada, echó mano del albornoz y se encaminó hacia la entrada. Acercó sus ojos a la mirilla y… allí estaba él.
Apartó la cabeza, y sin pensarlo dos veces abrió la puerta. Entró arrollador y sin pronunciar palabra alguna le arrancó el albornoz, la izó en brazos y la condujo al dormitorio. La besó y la acarició como ya no recordaba que se podía hacer, con ternura, sensualidad, pasión y deseo.

Allí follaron, gozaron y se devoraron el uno al otro. No hubo postura que pasara por alto. Ahora él sobre ella, luego ella sobre él, a cuatro patas, sexo anal, sexo oral, y más sorpresas que descubrió aquel día y en días venideros.
Ya nunca más tuvo que dormir en el sofá, porque ella se convirtió en la protagonista de todos sus revuelos sexuales.


Fleetwood Mac "Gypsy" (ver vídeo musical).

viernes, 7 de marzo de 2008

"Ausentarse de la vida"

El tiempo, el implacable, el que pasó,
siempre una huella triste nos dejó,
qué violento cimiento se forjó
llevaremos sus marcas imborrables.
Aferrarse a las cosas detenidas
es ausentarse un poco de la vida.
La vida que es tan corta al parecer
cuando se han hecho cosas sin querer.
En este breve ciclo en que pasamos
cada paso se da porque se sienta.
Al hacer un recuento ya nos vamos
y la vida pasó sin darnos cuenta.
Cada paso anterior deja una huella
que lejos de borrarse se incorpora
a tu saco tan lleno de recuerdos
que cuando menos se imagina afloran.
Porque el tiempo, el implacable, el que pasó,
siempre una huella triste nos dejó.

Pablo Milanés, 1974


No hace mucho, en la eterna noche que gobernaba despiadada una vida huérfana de amor y ternura, una mujer soñó con la soledad y sus gélidas caricias. Caminaba errante y sin rumbo fijo, bordeando un seductor precipicio. Era angosto y estrecho el camino, mas el peligro no estaba en la cercanía del vacío, porque el vacío ya estaba instalado dentro de su alma.
“¡Cuánto duele esta soledad en compañía!”, arrasaban su rostro ríos de lágrimas en sueños.
Se despertó sin despertar, y se rompió en mil añicos. Con el corazón roto y el alma helada decidió ausentarse de la vida para dejar de sufrir. Se lanzó al vacío inundada de frustración. Estaba herida de muerte, la estocada de la impasibilidad y racionalidad de él habían sido certeras.
La fortaleza y la tozudez que siempre habían guiado su vida se adormecieron.
Su eterna lucha por vivir se convirtió en rendición. Se agotó intentando encontrar amor en el desierto de la crueldad y el egoísmo.
Se aferró a una imagen, a una sonrisa, a una mirada y a unas caricias que eran espejismos efímeros. Duraban lo que tardaba en gobernar el verdadero yo de él. Duro contrincante y eterno rival. Vencedor de esta batalla, eterno perdedor de la guerra.
Él es charco de emociones, ella océano. Se secó el charco, el océano permanece e inunda, se convierte en maremoto que sacude y acaricia geografías.

“Yo tenía una granja en África, a los pies de las colinas de Gongk...”, Isak Dinesen, “Out of Africa”.
Denys Finch-Hatton y la baronesa Karen Blixen.

Yo tenía un amor a los pies de las colinas de mi alma. Lástima que no exista Denys Finch-Hatton que regrese de safari en su avioneta; con sus tres rifles, su gramófono y Mozart, para recitarme ‘La canción del viejo marinero’ de Samuel Coleridge, lavarme el cabello y escuchar uno de mis relatos bien contados.


Mozart "Concierto para clarinete y orquesta K.622", BSO "Out of Africa" (ver vídeo musical).













"La canción del viejo marinero" de Samuel Coleridge. (Finch-Hatton y Karen Blixen).