jueves, 22 de noviembre de 2007

"Leona"

El único parto de su madre y, a la vez, su nacimiento, fue casi mortal para ambas. El médico diagnosticó apenas unas horas de vida a la recién nacida, poco ya se podía hacer, únicamente esperar el fatal desenlace o… un milagro.

Rezaba como una posesa la madre, maldecía para sus adentros el padre.
Bajo la batuta de la incertidumbre las horas pasaban lentas y espesas, sin atisbo alguno de cambio.

La esperanza se iba esfumando con cada vuelta al ruedo del tiempo que daban las agujas del reloj. Entonces, sucedió lo inesperado, aquel frágil y moribundo ser emitió un potente llanto, rabioso y reivindicativo. Aún no había entrado en el reinado de la vida y ya había vencido a la muerte. Y así sería a lo largo de sus días, incansable luchadora, tozuda y obstinada.

Leona, fue el nombre que le pusieron. No podía ser de otra forma después de su titánica lucha por irrumpir en este mundo. Creció como nació, peleona, resistente, fuerte, y acérrima defensora de su familia y valores. Como una auténtica leona, así era Leona. Y se lo decían, y le tomaban el pelo, y ella, a veces se reía, otras tantas emitía un feroz rugido.

Su madre, quejumbrosa por naturaleza, se lamentaba del arisco e indómito carácter de su hija. Como no cambies, no encontrarás hombre que quiera acercarse a ti, los espantarás a todos, pronunciaba esta admonición, un día sí, otro también.

Y llegó el día en que Leona se enamoró, una insólita transformación a partir de entonces se produjo en ella. Su carácter se dulcificó hasta rozar la sumisión. Aquel hombre la había seducido de tal forma que parecía otra persona. La leona se había convertido en una mimosa gatita. Su madre, exultante de felicidad, no cabía en sí de gozo; su padre, preocupado, fruncía el ceño y entornaba los ojos.

El amor les obsequió con una hija, y, a su vez, el tiempo cubrió sus días con el fino y peligroso velo de la rutina. La verdadera naturaleza del marido de Leona fue asomando, tímidamente, día a día. Las pequeñas reprimendas dieron paso a los ácidos reproches, precursores de las feroces discusiones que no tardaron en desembocar en agresiones físicas, y éstas en palizas.

Leona luchaba, luchaba enconadamente por mantener unida su familia, adoraba a su hija y amaba a su marido, aun a pesar de todo el daño que le infligía, desgraciadamente cada vez con más asiduidad. Confiaba en que podrían superar aquella situación, sí, lo conseguirían. Todo lo malo que ahora estaban pasando desaparecería un buen día y la luz volvería a brillar en sus vidas, de nuevo, como al principio.

No fue así.
El fuerte portazo que acaba de oír no presagiaba nada bueno. Se levantó del sofá con su niña en brazos y se dirigió al dormitorio, todavía era lugar seguro. No pudo llegar. Una amenazadora y enrojecida mirada cómplice del pestilente alcohol que destilaba su aliento se atravesó en su camino. No se enfrentó a él. No quería provocar su ira, ahora no; únicamente pensaba en su pequeña y en cómo alejarla del peligro que las envolvía.
Se apartó como pudo y logró su objetivo, dejar a su hija en la cuna. Salió de la habitación y, sin que él se diera cuenta, cerró con llave.

Un fuerte golpe en la espalda la catapultó hacia el suelo, donde cayó de bruces, una vez allí sintió el impacto de una brutal patada en la boca. Una descarga de lacerante dolor se instaló en sus lumbares, abundante sangre manaba por las comisuras de sus labios como manantial por la ladera de una montaña. Aun así, con una agilidad asombrosa se giró sobre sí misma al tiempo que con la mirada buscaba a su agresor. Ya no estaba, había desaparecido. Como una exhalación se puso en pie, un débil suspiro de alivio escapó de su pecho al comprobar de un vistazo que la puerta de la habitación seguía cerrada, su niña estaba a salvo. La manga del sweter le sirvió de improvisada toalla para enjugar el espeso y cálido fluido que inundaba su boca.

Sus pasos la condujeron a la cocina, allí encontró lo que buscaba. Como un felino se mantuvo al acecho durante un buen rato, a la captura de cualquier delator sonido que le proporcionase la información que necesitaba para ubicar a su presa.
Con lentos y calculados movimientos consiguió llegar hasta el salón. ¿Dónde estará?, se preguntaba, sin perder de vista en ningún momento la guarida donde ocultaba su cachorro.
No lo vio, pero sí lo presintió su agudo y fino instinto animal, el mismo que la hizo volverse y tumbarlo con un mortal y certero zarpazo sobre el cuello.
Dio media vuelta y fue en busca de su hija. La caza había finalizado, el predador había sido abatido.

Era el segundo zarpazo que daba a la vida, el primero para vivir, el segundo para sobrevivir.
Leona había vuelto; regresaba, de nuevo, la leona.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuánta fuerza la que desprende cada una de tus letras, como zarpazos, arañazos y rugidos de una leona. Como sólo hacen aquellos que están seguros que eso es lo que quieren escribir y, por eso, sólo por eso luchan codo a codo con las letras. Me ha gustado. Saludos:

Juan

www.librodearena.com/juanfondevila

Anónimo dijo...

Estas palabras desprenden satanismo y pasión. Me ha gustado mucho

Cártobas dijo...

Gracias por el tiempo que habéis dedicado a mi espacio.
Me alegro de que os haya gustado mi "Leona".

envergadura dijo...

Y cuántos sacos de semen andante con su condición de hombre perdida en el fondo de una botella por no saber afrontar las propias miserias...